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Pocos años después de la conquista se fundó la capital de la Nueva España sobre las ruinas de la gran Tenochtitlán para que pudieran vivir ahí los españoles pero muy pronto no sólo la habitaron peninsulares e indígenas sino que llegaron esclavos africanos y asiáticos. La vida en comunidad comenzó desde entonces y con ella la necesidad de tener diversiones y distracciones.
Para que esta población de la nueva ciudad tan distinta entre sí pudiera convivir y tener algo en común, comenzaron a organizarse fiestas religiosas y civiles que servirían para enseñar el cristianismo a todos los habitantes, mantener la obediencia al rey de España y para tener a la gente divertida con el fin de evitar rebeliones y caos. Por eso a pesar de ser muy costosas, las autoridades las pagaban.