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El proceso industrializador, que tuvo su origen en Inglaterra y luego se extendió por Europa no sólo tuvo un gran impacto económico, sino que además generó enormes transformaciones sociales.
La principal consecuencia de la industrialización fue la sustitución de la sociedad estamental por la sociedad de clases (en la que la clase social estaba determinada por los bienes materiales). La nobleza perdió su antiguo protagonismo y, en cambio, la burguesía con sus riquezas se fue imponiendo socialmente hasta llegar a reclamar el poder político.
En este escenario la burguesía desplazó definitivamente a la nobleza terrateniente y su situación de privilegio social se basó fundamentalmente en la fortuna y no en el origen o en la sangre. Los empresarios obtenían grandes riquezas, no sólo vendiendo sus productos y compitiendo, sino además pagando bajos precios por la fuerza del trabajo aportada por los obreros.
La otra clase social surgida de la revolución industrial fue el proletariado que aparece en Europa durante el siglo XVIII. Como consecuencia de la revolución agrícola y demográfica, se produjo un éxodo masivo del campo hacia las ciudades; el antiguo agricultor se convirtió en obrero industrial. Eran obreros que no poseían mas fortuna que su salario.
La posesión de los medios de producción iba a establecer la frontera fundamental entre las dos nuevas clases sociales: burguesía y proletariado. A partir de ahora se pertenece a una clase en función del papel concreto que se desempeña en el proceso productivo.
Sin embargo todavía siguió perviviendo la aristocracia, especialmente la de los grandes propietarios de la tierra, que continuó detentando el poder político y ocupando los altos cargos del Ejército y la diplomacia.