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Esto te lo ganaste en buena ley —dijo, extendiendo la mano—. Gracias por todo,
querida.
Ahora Rosaura tenía los brazos muy rígidos, pegados al cuerpo, y sintió que la mano de
su madre se apoyaba sobre su hombro. Instintivamente se apretó contra el cuerpo de
su madre. Nada más. Salvo su mirada. Su mirada fría, fija en la cara de la señora Inés.
La señora Inés, inmóvil, seguía con la mano extendida. Como si no se animara a
retirarla. Como si la perturbación más leve pudiera desbaratar este delicado equilibri
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