• Asignatura: Geografía
  • Autor: claribel2017
  • hace 7 años

¿Cuáles eran las principales reglas de la familia en la época colonial?​

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Respuesta dada por: barbaraalvarez12
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conformada exclusivamente por los padres e hijos, pues normalmente la componían también abuelos, tíos, primos, suegros, yernos, cuñados y ahijados. En cada historia familiar, razones económicas, demográficas o circunstanciales conducían a que la vida familiar fuera compartida con otros. En algunos lugares esto llegó a ser tan común, que a los primos hermanos simplemente se les llamaba hermanos. Así mismo, la costumbre de la posesión de esclavos domésticos era algo más que una inversión económica: con frecuencia los esclavos daban a sus amos, además de servicios durante toda su vida, compañía y afecto.

La circunstancia de vivir distintos hermanos con sus hijos en casa de los padres, motivados por una necesidad de cohesión económica, no dejaba de presentar situaciones reveladoras. A la muerte de los padres, recibían en herencia fracciones de una casa que podían conservar durante muchos años. En el centro de Medellín, a fines del siglo XVIII, cuatro hermanos Alvarez compartían la casa que habían heredado. Cuando en una ocasión hubieron de declarar la porción que cada uno tenía, dos afirmaron poseer de a séptimas partes y dos de a parte y media. Es interesante descubrir que la tutoría de la casa no siempre recaía en un hombre. En el caso comentado, se trataba de la hermana mayor, Gregoria Alvarez, casada con Miguel Gómez.

La convivencia de distintas familias en una misma casa no es un hecho reciente. Ya en el siglo XVIII distintas ciudades colombianas presentaban este fenómeno. En Cartagena, Tunja y Santafé se nombraba como «tiendas», «asesorías», «dichas» y «cuartos» a las partes de las casas en las que vivía una familia. Numerosos caserones de Cartagena eran habitados por seis, ocho y hasta once familias. Por supuesto, la mayoría eran familias pertenecientes a las castas de mulatos y pardos. Sin embargo, conviene tener en cuenta que en muchos de estos casos los miembros de la familia jefe eran blancos empobrecidos. Y, aunque esta modalidad de vida familiar era más frecuente en los barrios populares de Getsemaní y Santo Toribio, en La Merced y San Sebastián no se desconocía. Un ejemplo notable de cómo vivían estas familias lo podemos observar en una de las casas de la Calle de Nuestra Señora de las Angustias del barrio La Merced. En la parte alta y principal de la casa vivía el presbítero Joseph de Mendoza en compañía de su hermana Eugenia, quienes eran asistidos por seis esclavos de distintos sexos y con edades que oscilaban entre los 18 y los 51 años. En esta misma área superior vivía su hermano, el recaudador del derecho de sisa de la ciudad Felipe de Mendoza con su esposa, cuatro hijos y tres esclavos. En la parte inferior de la casa vivía el oficial de contaduría Joseph de Paz con Teresa de Mendoza, hermana de aquéllos, con sus siete hijos y dos esclavos. En un costado lateral de este piso vivía Melchora de Paz, hermana del anterior, abandonada de su marido, pero acompañada de cinco esclavos. En un rincón, hacia el patio, estaba la alcoba de una mulata ya anciana, sostenida por su hijo José Olivo, oficial de sastrería, y allí vivían en compañía de una mujer de treinta años y un niño expósito que habían recogido tiempo atrás. Más al fondo, se encontraba el cuarto del mulato Anastacio Galindo, dedicado a la carpintería, su esposa y una hijita de ocho años. Finalmente, una última alcoba era utilizada por varios comerciantes para guardar sus mercaderías. Como puede observarse, en una casa más o menos excepcional de la época convivían 41 personas de los grupos blanco, mulato, pardo y esclavo. Conformaban seis familias, varias con un origen muy próximo y otras simplemente anexadas a esta gran comunidad doméstica. Aquí, aunque puede suponerse que existían áreas reservadas para cada familia, las zonas comunes debían ser muy importantes. El zaguán, los corredores, la escalera, el patio, la cisterna de agua, el depositorio, la cocina y el comedor eran lugares de encuentro cotidiano en los que, seguramente, se daba la comunicación y se reforzaba la solidaridad. No obstante, en estas casas de tantas almas, niños y avalares, cada uno debía inventar su lugar y momento de privacidad.

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