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«No somos perfectos –dice el autor en la conclusión–, pero podemos ser una revolución en la historia de cada uno de nuestros hijos; seguro que lo hemos sido ya. Sin duda la revolución religiosa, política, cultural o moral de nuestros cuatro padres –Abrahán, Akhenatón, Dédalo y Confucio– es suficiente para haber consagrado su nombre en la Historia con mayúscula y espero haber fundamentado bien por qué fueron revolucionarios para la paternidad. Pero estoy seguro de que si les preguntásemos a los cuatro nos dirían que la mayor revolución que vivieron fue la propia experiencia con sus hijos. Y si tuviesen que elegir entre la fama eterna que ya alcanzaron o ser padres anónimos de esos hijos como nosotros, elegirían esto segundo una y otra vez. No somos perfectos, no tenemos la gloria de la historia, pero podemos ser cruciales para el mundo en cada uno de nuestros hijos, hacer la revolución del padre. Este es nuestro día del padre que nos toca vivir».