el q me de asiendo le regalo 500 puntos
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La maldición, el exabrupto, la blasfemia, la palabra malsonante, han pasado al dominio público, según la normativa más democrática: sin exclusión de sexo, edad, raza, religión o inclinaciones sexuales. Ya no es el imperativo aislado debido a una provocación externa, un martillazo en el pulgar, por ejemplo, o la reprobable costumbre del sábado noche entre los hombres que volvían vacilantes de la taberna. Durante siglos los mayores han ignorado la vastedad de información que tenían sus hijos, sin recordar que ellos mismos pasaron por idéntico aprendizaje. Para que no crean que nos cogemos la memoria histórica con papel de fumar, el aprendizaje de las expresiones más crudas era común, desde las primeras edades, pero coexistía con el código de no pronunciarlas delante de los padres, las señoras, los ancianos o los maestros. También era comprobable que los mismos nefastos conocimientos llegaban al oído de las chicas y en mi larga vida no he conocido una sola mujer que ignorara el lenguaje de los carreteros y la interpretación correcta de todo ello. No creo que pueda reprocharse de hipocresía, sino como prudencia, respeto y sentido de la relación de unos con otros. Los medios de comunicación de mayor influencia son los vistos y escuchados, retrayéndose la información impresa, que puede ser consultada y modificada en su caso. La televisión, especialmente, contribuye al cerrilismo y ordinariez que nos rodea. Películas dobladas a nuestro idioma traducen expresiones hiperbólicas como tacos directos, explícitos, a veces ofensivos, no expresados en la lengua original. La degradación corre pareja con el mundo de las imágenes, y rara es la película española que ahorra la ración de jadeos, perfectamente suprimibles al menospreciar la sensibilidad de los espectadores, cuando la cámara enfoca a dos personas -antes, siempre de distinto sexo- que caen abrazadas sobre una superficie mullida. Reservar las locuciones escatológicas al entorno íntimo de la camaradería se llamaba educación, ni siquiera buena educación. No enseñamos a las nuevas generaciones la variedad y riqueza de nuestro idioma; esto dicho, también es cierto que mucha gente joven y madura elige comportarse con respeto ante el prójimo, porque sólo es cuestión de proponérselo y elegir, como nos dijo Cervantes, entre la carta de más y la carta de menos. SUÁREZ, Eugenio, El País, 28/01/2008 (adaptación)
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