Respuestas
Respuesta:
Dos políticos cambiaban ideas acerca de las recompensas por el servicio público.
–La recompensa que yo más deseo –dijo el primer político– es la gratitud de mis conciudadanos.
–Eso sería muy gratificante, sin duda –dijo el segundo político–, pero es una lástima que con el fin de obtenerla tenga uno que retirarse de la política.
Por un instante se miraron uno al otro, con inexpresable ternura; luego, el primer político murmuró:
–¡Que se haga la voluntad del Señor! Ya que no podemos esperar una recompensa, démonos por satisfechos con lo que tenemos.
Y sacando las manos por un momento del tesoro público, juraron darse por satisfechos. El león y la espina
Un león que vagaba por el bosque se clavó una espina en la pata, y al encontrar un pastor, le pidió que se la extrajera. El pastor lo hizo, y el león, que estaba saciado porque acababa de devorar a otro pastor, siguió su camino sin hacerle daño. Algún tiempo después, el pastor fue condenado, a causa de una falsa acusación, a ser arrojado a los leones en el anfiteatro. Cuando las fieras estaban por devorarlo, una de ellas dijo:
—Este es el hombre que me sacó la espina de la pata.
Al oír esto, los otros leones honorablemente se abstuvieron, y el que habló se comió él solo al Pastor. El lobo y el cordero
Un cordero perseguido por un lobo buscó refugio en el templo.
–Si te quedas ahí, el sacerdote te atrapará y te sacrificará –dijo el lobo.
–Me da igual ser sacrificado por el sacerdote o devorado por ti respondió el cordero.
–Amigo mío –dijo el lobo–, me apena ver cómo consideras una cuestión tan importante desde un punto de vista meramente egoísta. No me da igual a mí.