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La narrativa fantástica española ha permanecido sumida hasta hace pocos años en un inmerecido olvido, pues la crítica, sometida a una concepción realista de la literatura y el arte, ha tardado en considerarla un objeto digno de estudio1. Desde finales del XIX se ha tendido a identificar narrativa y realismo, lo que ha supuesto excluir de las investigaciones todo aquello que incumplía la preceptiva realista, una concepción que lleva implícita la minusvalorización de la literatura fantástica, considerada, desde entonces, una especie de género menor o subliteratura. Y todo esto ha conducido inevitablemente a un desconocimiento evidente de dicho género literario2. Pero en los últimos años, desechada esa concepción limitada de nuestra literatura, y, quizá, por la influencia de los grandes investigadores de lo fantástico (Todorov, Caillois, Bessière, Rabin, etc.), se ha despertado el interés por dicho género y, en especial, por los avatares de la narrativa fantástica española en el siglo XIX3