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1. DIOS y EL DESEO DE FELICIDAD Todos los hombres desean ser" ¡· E d 1e ices. s un eseo natural del hombre buscar una felicidad duradera, sólida, que satisfaga todas sus em argo, es un hecho que el hombre siempre se encu t · · f h en ra 1nsat1s ec o, porque nunca encuentra en esta vida algo que los vuelva completamente feliz. Incluso la insatisfacción por lo que no se posee Y la intensidad de ese deseo que tanto lo envuelve, sumado a la terrible realidad del pecado, termina por hacer que muchas personas busquen la felicidad sólo en el tener más Y más cosas o, todavía peor, lo busquen en cosas malas y dañinas para ellas Y para los demás, suponiéndolas buenas. ¡cuántas cosas nos quieren vender en nombre de la felicidad buscada! Y sin embargo ¿cuántas de ellas son realmente buenas? Y en definitiva ¿alguna podrá realmente hacer feliz al hombre? La respuesta al gran interrogante (¿existe realmente algo que haga perfec-tamente feliz al hombre?) es afirmativa: sí que existe algo que colmará de dicha al hombre, y que nunca disminuirá ni perderá. Pero ese algo no es de este mundo. Y la respuesta es afirmativa porque resulta evidente que el hombre no puede desear algo que no existe, del mismo modo que no puede (ni debe) hablar de lo que no conoce. Es imposible que un deseo tan universal y legítimo (porque responde a la misma natu-raleza humana) se dirija al vacío, como una cruel broma de un destino insalvable y caprichoso. No puede ser que todos los hombres de todo tiempo y lugar estén tan equivocados en algo tan fundamental (en desear y esforzarse cada día por algo que no existe). Por lo tanto, esa felicidad inagotable y sobreabundante debe existir, sea lo que sea. Y si realmente existe, repetimos, entonces no puede ser de este mundo. Porque nada de lo que existe en este universo, aunque sea algo gigantesco, será suficiente. Ni siquiera el universo mismo, porque aun cuando el hombre fuese dueño de todo el universo visible, aún así terminaría por desear algo más grande, porque el hombre, todos los hombres tienen deseos de infinito, de algo infinitamente perfecto. 1 Esos hombres que buscan la felicidad somos nosotros mismos; y ese "algo" que nos hará felices es aquello que, como decía Santo Tomás de Aquino, "todo el mundo llama Díos11• Por eso decimos que todos los hombres buscan a Dios, aún cuando no lo sepan o renieguen de Él. El
El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, por:4ueel hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer el hombre hacia sí, y sólo en Dios encon-trará ,fa verdad y la dicha que no cesa de buscar111• Será necesario entonces que establezcamos un vínculo de amor con Dios. Pero no es posible amar a quien no se conoce. Debemos, por tanto, conocer a Dios. Por ello San Agustín escribía: "Cuando yo me uno o Ti con todo mi ser, no habrá ya más penas ni pruebas, y mi vida, toda llena de Ti, será pleno'? Nos preguntamos entonces: ¿Podemos conocerlo a Dios? Y si se puede ¿cómo hacerlo?