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Primeros registros de los pobladores en la zona del extremo Noroeste del valle. Hace más de 7500 años atrás la gente habitaba los cerros del extremo NO del Valle, más específicamente en la Quebrada de Los Corrales en el Abra El Infiernillo, y lo conocían muy bien. Las familias que vivían en este lugar a más de 3.000 metros de altura, hace ya tiempo que lo habían explorado detenidamente; lo habían hecho “su territorio”.
La historia, aquella que compete a la gente, a los pueblos de Tafí, se retrotrae muchos miles de años atrás. Hace más de 7500 años la gente habitaba los cerros del extremo NO del Valle, más específicamente en la Quebrada de Los Corrales en el Abra El Infiernillo, y los conocían muy bien. Las familias que vivían en este lugar a más de 3.000 metros de altura, hace ya tiempo que lo habían explorado detenidamente; lo habían hecho “su territorio”. Lo habitaban por temporadas más o menos importantes, aprovechando sus recursos vegetales, preparándolos por molienda, como en el caso del algarrobo y el chañar, y cazando guanacos y cérvidos cuya carne, cuero y huesos eran utilizados en éste, su lugar de residencia. Sabían cómo y de dónde proveerse de los insumos necesarios para su vida. Según lo señalan estudios arqueológicos privilegiaron recursos locales para la confección de sus herramientas y armas, pero también utilizaron otros como, por ejemplo, rocas volcánicas de la puna catamarqueña. Si han accedido a ellas por intercambio o si se iban a buscarla a sus canteras de origen, es algo que todavía no se sabe con certeza. La morfología de las puntas de los proyectiles usados es muy similar y equiparable a las que se hallan de esta época en la región de Antofagasta de la Sierra. Ello permite inferir una comunicación bastante fluida entre ambas regiones. Así, la gente en esos tiempos – casi 10.000 años atrás - ha manejado un amplio territorio, incluyendo a los faldeos orientales de las Cumbres Calchaquíes, de donde se aprovisionaba de frutos, bayas, fibras y animales, además de maderas y caña para la fabricación de las armas de caza. El hallazgo reciente de restos humanos cremados, acompañados, al momento de su entierro de collares elaborados con cuentas de piedra finamente decoradas con incisiones y valvas de molusco provenientes de áreas tan lejanas como el océano Pacífico, amplían aún más el territorio y las áreas de interacción. El clima no era estable en el mediano plazo. Habría habido una importante variabilidad en sus condiciones hacia finales del Pleistoceno y principios del Holoceno, con períodos fríos y secos que alternaron con ciclos más cálidos y húmedos. En el Holoceno Inferior la región presentaba un clima árido y semiárido con algunos períodos cortos de mayor humedad. El frío y los cambios de humedad ambiental son propios de los tiempos primigenios de la ocupación humana en el Noroeste de nuestro país, aunque el área de valles serranos siempre ha presentado diferencias climáticas respecto a otras regiones como la puna. Es importante tener en cuenta que esas condiciones tienen incidencia directa en la disponibilidad de recursos hídricos, pasturas y cobertura arbustiva y arbórea y, por ende, de los animales presentes, su cantidad y etología. Los datos actuales nos permiten inferir, entonces, la existencia de grupos de familias que habrían habitado, en principio, espacios serranos de altura como los del Infiernillo al noroeste del Valle de Tafí. Su vida se ve plasmada en un amplio territorio, en el que interactuaban con otras personas, laboreaban sus herramientas y conseguían los insumos necesarios para ellas, cazaban para su sustento y daban sepultura a sus muertos. La manifestación de una cosmovisión rica y muy cercana a la tierra también se puede observar en grabados realizados en rocas oscuras que afloran en el faldeo occidental de las Cumbres Calchaquíes. Más hacia el Oeste, estudios científicos llevados a cabo en la Quebrada de Amaicha aportan soporte empírico a la existencia de ocupaciones humanas durante el Holoceno medio, con anterioridad al 6500 AP (antes del presente). En el área de La Puntilla, a unos 1900 metros sobre el nivel del mar, estos investigadores detectaron un uso recurrente en el tiempo de los mismos espacios y de los recursos. La gente optó por utilizar los mismos lugares, habitar en donde ya otra gente lo había hecho, aún varias generaciones atrás.