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-Hoy es un gran día para Pedro porque por
fin ha salido del hospital y vuelve a casa.
Su familia y sus amigos han preparado una
fiesta para recibirlo. Hay globos por todas
partes, una tarta en forma de nave espacial en la que han escrito con chocolate
la palabra “Bienvenido” y, por supuesto,
regalos. Como Pedro tiene que permanecer en cama varios meses, sus abuelos le
han comprado un maletín de pintor con
muchos colores para que haga dibujos
muy bonitos. Sus compañeros de colegio
le han regalado un xilófono, y su hermana pequeña, Sara, ha hecho una montaña con todos los cuentos que quiere que
Pedro le lea. Es verdad que el regalo de
Sara es un poco raro, pero es que a Sara le
gustan mucho los cuentos y aún no sabe
leer. Lani, su perrita, también le quiere
dar la bienvenida y se acerca con un hueso.
Mientras Pedro estaba en el hospital,
mamá ha pintado estrellas en el techo
de su dormitorio. A Pedro siempre le han
gustado las estrellas. Cuando era más
pequeño, todas las noches miraba por la
ventana antes de irse a dormir. Por la mañana, nada más levantarse, iba corriendo
a la ventana para ver si las estrellas aún
estaban ahí y siempre se enfadaba al ver
que se habían ido. Su madre le explicó que
de día seguía habiendo estrellas, pero que
no se podían ver porque el sol daba mucha luz. Ahora podrá verlas todo el tiempo.
Pedro tiene que estar en la cama casi todo
el día, pero no se aburre. Cuando termina
los deberes, dibuja con las pinturas de su
maletín nuevo, lee cuentos a Sara, se inventa canciones o juega en el ordenador.
Después de cenar, sus padres se tumban
junto a él en la cama y le cuentan historias
sobre las estrellas. Sara y Lani también se
suben a la cama a escuchar las historias. La
cama está tan abarrotada que no se puede
ver ni un pedacito de colcha.
—No todas las estrellas son lo mismo, Pedro —dijo papá la primera noche—. Algunos de los puntos brillantes que vemos
en el cielo no son estrellas, sino planetas
como la Tierra. Los planetas no emiten luz
propia, pero brillan como los diamantes
cuando los ilumina el Sol. Lo mismo ocurre
con la Luna. El planeta que se ve más brillante es Venus. Es tan brillante que se ve
al atardecer y al amanecer aunque sea de
día. Por eso se le llama “el lucero del atardecer” o “el lucero de alba”, dependiendo
de cuándo lo veas.
Otra noche su mamá le habla de las estrellas como el Sol. Las estrellas son bolas de gas muy caliente que emiten luz.
El Sol es más grande que la Luna, y que
la Tierra, y que todos los demás planetas
del Sistema Solar. En el Universo hay muchísimas estrellas, la mayoría son de un
tamaño parecido al Sol, pero algunas son
tan grandes como cincuenta soles. “Además, si pudiésemos verlas de cerca —dice
mamá—, nos daríamos cuenta de que tienen diferentes colores”.
—¿De verdad, mamá? ¿Hay estrellas verdes? ¿Y rosas? ¿Y violeta? —interrumpe
Pedro emocionado ante la idea de un universo multicolor.
—No, Pedro, las estrellas no pueden tener
cualquier color. Las estrellas más grandes
son blancas, las de un tamaño parecido
al Sol son amarillas y se vuelven rojizas
cuando se hacen viejas, pero no hay ninguna estrella que sea verde.
—¡Vaya! —exclamó Pedro un poco desilusionado—. ¡Pensaba hacer un dibujo
precioso!
Papá acarició la cabeza de Pedro con
una sonrisa.
A veces, Sara, Pedro y papá juegan a poner nombres a las estrellas.
—¿Qué nombres se pueden poner a las
estrellas? —pregunta Pedro.
—Hay nombres de diferentes tipos —contesta papá—. Los astrónomos griegos solían poner a las estrellas los nombres de
sus dioses y héroes. Uno de los grupos de
estrellas más conocido se llama “constelación de Orión”, en honor del famoso gigante griego llamado Orión. Dice la leyenda que un día los dioses Zeus, Poseidón y
Hermes visitaron al anciano Hirieo, que no
podía tener hijos. Hirieo fue muy amable
y, en agradecimiento a su hospitalidad, los
dioses le concedieron el deseo de tener
un hijo. Para ello, orinaron en la piel del
buey que se habían comido. Cuando finalizaron, le dijeron a Hirieo que enterrara la
piel y a los nueves meses nacería un niño.
Después del plazo mencionado, nació un
niño al que llamaron Orión en recuerdo de
los orines que lo engendraron.
—¡Qué guarrada, papá! —grita Pedro con
cara de asco.
Mientras papá hablaba, Lani había entrado en la habitación y estaba tumbada a
los pies de la cama.
y se quedo dormido fin
Respuesta:
que aprendiste mediante la lectura de este libro