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Ecuador era todavía un país que giraba en torno al mundo señorial que representaba la hacienda. Terratenientes e Iglesia, esta última consolidada como en ningún otro lugar de Iberoamérica gracias al gobierno de Gabriel García Moreno al cual también ella prestó un gran apoyo, eran el centro del poderío económico del país. La revolución liberal de Eloy Alfaro (1895) demostró que el antagonismo entre los intereses del latifundio serrano y el comercio costeño se había agudizado. Si es cierto que las facciones conservadora y liberal dirimían diferencias ideológicas, defendiendo la primera la vigencia del estado confesional, el predominio del presidente y unas libertades restringidas, en tanto que la segunda pretendía instaurar el estado laico, un mayor peso del poder legislativo y el desarrollo de las libertades fundamentales, también debe anotarse que Alfaro, pese a su radicalismo, no afectará la estructura económica del latifundio. El orden liberal oligárquico hará realidad una serie de propuestas electorales, pero representaba a la oligarquía de plantadores de la costa, y eludirá toda medida social no consentida por este núcleo. El cambio de siglo, con los gobiernos del propio Alfaro y de Leónidas Plaza, revelan una política liberal avanzada, que impone su programa pese a la inevitable resistencia conservadora. La implantación del estado laico sella la ruptura con el Ecuador de García Moreno. El Parlamento se hace fuerte, se promociona la agricultura y la industria, y se intenta unificar la sierra y la costa, socavando el poder de los caudillos regionales mediante la construcción del ferrocarril Quito - Guayaquil.