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En marzo de 2020, coincidiendo con el estallido en Europa de la enfermedad de COVID-19, los satélites de la NASA detectaban un enorme agujero en la capa de ozono del Ártico. Se trata de un fenómeno que es más o menos usual en el invierno antártico, pues las bajas temperaturas hacen que se acumulen nubes a gran altura y esto, combinado con la presencia de sustancias como el cloro y el bromo que provienen de las emisiones industriales, provoca la destrucción temporal del ozono en esa zona. Cuando las temperaturas ascienden, la capa se recupera. Este fenómeno es menos común en el Ártico, que no suele alcanzar temperaturas tan bajas como las que se registran en el Polo Sur, pero este invierno ha sido extremadamente frío en esta zona. Como era de esperar, el aumento de las temperaturas en la estratosfera durante el mes de abril, que culminó con la llegada de aire rico en ozono desde la atmósfera interior, ha producido el cierre completo del agujero
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