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El gato: de felino solitario a animal afectivo
Del mismo modo que los perros pasaron por un largo proceso de domesticación, los gatos también han “adaptado” su comportamiento para vivir con el hombre. Los últimos estudios en comportamiento felino, que han incluido tanto gatos caseros como grupos de gatos sin dueño viviendo en las ciudades, han provocado un cambio importante en nuestra concepción de este felino: el gato no es un animal social, pero sí es capaz de establecer una relación vinculante y afectiva. No hay dudas de que el gato puede establecer relaciones afectivas y vinculantes, con los individuos de su propia especie, así como de otras especies, incluyendo a los humanos.
Los gatos no sufren a causa de la soledad, si el ambiente casero tiene los estímulos adecuados el gato se sentirá tan cómodo como lo haría en un entorno natural. Por esta razón, y aunque los gatos no necesiten al hombre para sobrevivir (a excepción de algunas razas como los gatos persas o los gatos esfinge, que no pueden subsistir sin los cuidados de un dueño), vivir con un humano es una situación perfectamente conveniente para un gato, siempre que las condiciones de vida sean las requeridas por el animal.
¿Cómo escoge un gato a su “dueño”?
Un gato puede permanecer en un territorio junto con otros gatos siempre que haya suficientes recursos como comida, lugares donde pueda estar solo y sitio para hacer sus necesidades. Sin embargo, a través de los siglos, la tentación de la comida ha atraído a los gatos hacia el hombre, quién en cambio se ha servido del gato para mantener alejados a ratones y serpientes. Independientemente de esta colaboración mutua, un gato puede querer acercarse a una persona buscando una amistad basada en un intercambio entre iguales.
Que un gato escoja a un humano o a otro gato como “compañía” está determinado por los mismos factores: comportamiento, posturas y olores. Por ejemplo, un tono alto de voz, gritos o movimientos rápidos y repentinos dirigidos al gato pueden ser interpretados como amenaza; por el contrario, un tono calmado de voz, movimientos relajados y entrecerrar los ojos tienen el efecto opuesto en el animal, ganando su confianza y atrayendo su amistad.
Los gatos también son sensibles al olor y a la forma de moverse de las personas. Si lo ponemos nerviosos, tratarán de escapar, si los obligamos a confrontar una situación desagradable para ellos, pueden llegar a tornarse agresivos y desafiarnos. POr otra parte, si nos nota tristes, probablemente se acercará a mimarnos, como un buen amigo, o incluso puede que exhiba algún truco o maniobra para distraernos de nuestro bajo estado de ánimo. En un grupo familiar, donde cada cúal tiene un comporamiento diferente, correspondientemente el gato tratará a cada uno de una manera diferente, variando su tratamiento según el comportamiento del miembro familiar, y sin ocultar sus preferencias por uno u otro. También puede darse el caso de que si alguna nueva mascota es traída al hogar, el gato reaccione, molesto por la presencia del nuevo animal u ofendido por dejar de ser el centro de atención, pudiendo llegar a marcharse y buscarse otra familia con la que vivir por esta razón.
Al igual que la amistad de los humanos, la amistad entre gatos y humanos se basa en determinados supuestos: si estos supuestos empiezan a fallar en la vida real, el lazo amistoso puede debilitarse y romperse. Para evitar esto, debemos empezar a abandonar la visión antropocéntrica de la relación hombre-mascota: ¡nuestros gatos no deben ser subordinados nuestros, sino amigos en condición de iguales!
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