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La mayoría de los hongos conocidos viven en la naturaleza sobre materia orgánica muerta, saprofiticamente y por ende su principal rol ecológico es la degradación o descomposición de estos sustratos, reciclando y retornando a los suelos o en otros ambientes, los nutrientes básicos.
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La presencia de hongos pasa casi que desapercibida en una finca o en nuestra vida diaria. Quizás porque muchos de estos son microscópicos o porque a simple vista no se evidencia su utilidad. Lo anterior resulta un tanto paradójico partiendo de la base que más de 46,000 especies de hongos han sido descritas. Muchas de estas especies (por ejemplo, micorrizas) son esenciales para el acceso a nutrientes por parte de las plantas y cumplen un papel importante en el ciclo de nutrientes y productividad en bosques y sabanas. Se ha estimado, incluso, que entre el 50 y el 70% de la productividad vegetal neta anual toma lugar en las raíces asociadas a micorrizas (revisa las raíces de una leguminosas y en los nódulos que estas tienen se produce esta asociación). A través de esta asociación, la planta provee carbohidratos para los hongos y éstos facilitan el acceso al agua, al nitrógeno, al fósforo y a otros minerales esenciales; promueve además el desarrollo de las raíces y produce antibióticos, hormonas y vitaminas útiles para la planta. De ésta forma se crea una protección de la raíz contra patógenos externos, se moderan los efectos de toxinas provenientes de metales pesados y se promueve la estructura del suelo.
A parte de estas funciones directamente relacionadas con las especies vegetales, los hongos cumplen una importante función dentro de la degradación de materia orgánica. Gracias a ellos la hojarasca, el estiércol y demás residuos orgánicos presentes en fincas, se descomponen y se incorporan nutrientes al suelo que aportan beneficios en términos productivos.
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