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Primero, la oración, como condición ineludible para aproximarnos a Dios, ahora más intensa y con las lecturas asiduas y meditadas de las Sagradas Escrituras, que ejemplifican la Historia de la Salvación en la que estamos retratados. Segundo, el ayuno y a otras maneras de abstinencia, aprendemos a privarnos de lo inexcusable y frecuente para vernos a nosotros mismos en forma realista; aprendiendo a pasar por las carencias propias de un desierto, prestando atención sin interrupciones a la voz de Dios. Y tercero, la limosna que desenmascara la grandeza incondicional de la reconciliación con Dios, en un entregarse desinteresadamvente al prójimo. Nos cultivamos así, sometiendo al egoísmo y a la complacencia de una vida comparativamente confortable y acomodada, conviviendo con simplicidad hasta percatarnos de cuánto dependemos de la infinita misericordia del amor de Dios.