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en el arte de la gráfica cultivó todas las técnicas existentes y en sociedad con el ingenio mexicano de Luis Remba, amplió las posibilidades técnicas y estéticas del campo al crear un nuevo género de obra múltiple: la mixografía, una técnica de impresión que permite producir grabados tridimensionales.
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La Pintura de Rufino Tamayo.
El arte por el arte.
El estilo de un pintor que triunfó a contracorriente y que heredó a sus paisanos lo mejor de la pintura mexicana del siglo XX
En una época en la cual el país proyectaba la mirada hacia el muralismo, Rufino Tamayo fue fiel a sus principios y deseos, diferenciando su arte en fondo y forma. Nació un 25 de agosto de 1899 en Tlaxiaco, Oaxaca y quedó huérfano de madre a los 11 años de edad. Permaneció un tiempo al cuidado de su tía ya que su padre lo abandonó cuando todavía era un niño pequeño. En la Ciudad de México se dedicó al comercio de frutas para ayudar al sustento familiar, pero rompió los lazos cuando manifestó sus deseos de convertirse en pintor.
Sin saber que un día estaría junto a los grandes de la pintura contemporánea internacional, Rufino ingresó en la Escuela Nacional de Bellas Artes, recinto en donde aprendió las bases del arte. Sin embargo, el estilo del academicismo clásico no permeó en su profunda sensibilidad artística.
En 1921 se convirtió en titular del Departamento de Dibujo Etnográfico del Museo Nacional de Arqueología, hecho que le hizo reafirmar su vocación. A partir de entonces, nacería un estilo que iba a romper los moldes de la pintura mexicana.
El arte de Rufino Tamayo es a menudo descrito como brillante, evocador y contrastante. Contrastante en un sentido claro, pues durante la primera mitad del siglo XX no había movimiento artístico más apabullante que el muralismo con sus indígenas de bronce, que intentaba educar una sociedad posrevolucionaria hacia un futuro de modernidad equiparable a la de Europa y al mismo tiempo enaltecer la cultura de la mexicanidad.
Tamayo no siguió esa dirección. Era un hombre sutil, de ideologías claras, sí, pero personales. Carecía de una intención adoctrinadora. En sus pinturas no hay significados escondidos, no existen tendencias moralizadoras. Lo que se ve es lo que hay. Es directo pero no obvio. Por eso se le considera miembro de la Generación de la Ruptura, junto con otros artistas mexicanos y extranjeros que iban a contracorriente.
No obstante, excepciones existen y realizó algunos trabajos de muralismo, como la obra Revolución, de 1938, fijada con una técnica al fresco usando una paleta de ocres, marrones, grises, blancos y negros. Se encuentra en el Museo Nacional de las Culturas y representa la rebelión de los obreros y los campesinos contra la burguesía denigrante. La llamada de la Revolución (1935) es un sugestivo fresco que usa la metáfora para ensalzar los orígenes del movimiento armado de 1910. Increíblemente bello resulta el mural Dualidad (1964) que ilustra a los dioses Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, la noche y el día, la serpiente y el jaguar, las deidades que originaron el mundo según la cosmogonía azteca. En esta obra, Tamayo se aventura hacia los límites del color, usando azules y rosas pocas veces vistos en sus pinturas anteriores.
Sus obras tienen un lenguaje propio y característico. Era un maestro en el uso del color y la textura. Sus obras vibran por la aplicación de los rojos, los naranjas y los ocres, haciendo de éstos casi una marca personal. Las pinceladas son visibles pero no enturbian el trabajo final. Fue creador y practicante de la mixografía, una técnica de impresión en el papel a la que añadía capas de distintas sustancias y materiales, añadiendo profundidad y textura.
Durante un tiempo se le acusó de poco mexicano, pues se había marchado a Nueva York para seguir su propia línea artística. Si bien las obras de Paul Cézanne y de Picasso ejercieron una tenue influencia en su estilo, Tamayo supo descomponer las estructuras de sus gustos y transfigurarlas hacia sus dedos. Ahí montó su primera exhibición, y los críticos reconocieron a un pintor que se diferenciaba de muchos de sus contemporáneos mexicanos; esto le brindó proyección internacional.
Porfis marcala como la mejor