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Una de las víctimas de Utrecht será, paradójicamente, la que había sido una pequeña gran potencia colonial durante gran parte del siglo que concluía: las Provincias Unidas (impropiamente conocidas como Holanda). Apenas obtuvieron unas cuantas plazas fuertes en la barrera, pero Gran Bretaña no permitió que los neerlandeses se extendiesen hacia el Sur, por los antiguos Países Bajos españoles. Los esfuerzos que habían llevado a cabo durante la guerra, y que terminaron por consumir sus recursos, no fueron recompensados y su agotamiento económico era, a estas alturas de 1713, evidente. La gran hora de las Provincias Unidas había pasado. Incluso internamente estaba muy debilitada y fragmentada por tensiones políticas, desde que en 1702 los Estados Generales no aceptaron nombrar a un nuevo Estatúder y la dirección de la guerra contra Luis XIV absorbió de tal manera al gran pensionario Antonio Heinsius, que no pudo evitar que las oligarquías locales fuesen haciéndose con el control de la vida política y económica de la República. El clima social neerlandés se deteriora por la generalizada corrupción de la burguesía; muchos de los ideales calvinistas que un siglo antes habían llevado a sus abuelos a convertirse en un grupo social tan emprendedor y austero como honesto en su relación con la comunidad han dado paso a la apetencia de lucro desaforado y la especulación. Los años triunfales de la historia de ese pequeño territorio van desde 1621 hasta 1672. En esas décadas se extienden sus colonias por Asia (Célebes, Borneo, Malaca, Sumatra y Java, en Insulindia; Ceilán y Quilón, en la India), África (Ciudad del Cabo) y América (Curaçao y Guayana holandesa), aunque también sufren algunas derrotas, como las que les obligan a retirarse de Pernambuco (Brasil), la costa de Guinea o la desembocadura del río Hudson (Nueva Amsterdam se convierte en Nueva York en 1664 y pasa a ser inglesa). Aún tuvo un postrer momento de esplendor, encarnado en Guillermo de Orange, proclamado Estatúder (jefe del poder ejecutivo y capitán general) de Holanda y Zelanda con ocasión del ataque de los franceses de 1672. El clima belicista que la guerra contra Luis XIV provocó entre ciertos sectores sociales de Holanda, que acusaron al gran pensionario Juan de Witt de traidor y derrotista y acabaron por lincharle, llevó al poder al joven Orange y permitió al futuro rey de Inglaterra (estaba casado con María Estuardo y la Revolución de 1688 les convirtió en soberanos) hacerse con el control férreo en sus dominios neerlandeses, donde practicó una política diametralmente opuesta a la que le convertirá en el protector de las libertades inglesas. Este rey-soldado, como toda la dinastía de Orange, era partidario del centralismo y estaba enfrentado a los miembros del patriciado urbano, sostenedores de una filosofía cívico-republicana y federalista, que prefería conceder la primacía política a los grandes pensionarios (símbolos del poder de los Estados Generales). Con fuertes apoyos en el ejército, la nobleza, el artesanado y el pueblo, Guillermo acabó por disponer de un total dominio sobre los gobernadores y demás autoridades locales, poder que mantuvo hasta su muerte en 1702. Aparentemente, las Provincias Unidas tuvieron aún momentos de protagonismo derivados de la participación de sus ejércitos y marina en las dos últimas guerras contra Luis XIV, contiendas de las que fue alma Guillermo III de Orange. Pero fueron los últimos destellos de la brillante estela de un país cuya historia está íntima y profundamente vinculada, durante la Edad Moderna, con la española; forjó su poder en la lucha mantenida contra la Monarquía hispánica desde Felipe II, lo incrementó a lo largo y ancho del mundo colonial durante el siglo XVII -en constante pugilato contra los Habsburgo de Madrid-, y lo vino a perder como consecuencia de los cambios sucedidos al hilo de la guerra que llevó a Felipe V al trono español. Aunque el comienzo del fin del apogeo de las Provincias Unidas se había iniciado décadas atrás, precisamente durante su etapa de auge económico y naval, insultante y provocador para una Inglaterra y una Francia, potencias vecinas y competidoras, que sienten celos de la magnitud y poderío de esos pocos neerlandeses (no llegaban a los dos millones) que habitaban un reducidísimo país (de unos 30.000 kilómetros cuadrados) pero cuya flota mercante -más de 3.500 barcos con 600.000 toneladas de arqueo- les permitía extender su despliegue comercial por los océanos Pacífico, Índico, Atlántico y por los mares que circundan a Europa.
ojala te sirva
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COMO ASI
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