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La pata de mono es un relato breve de terror escrito por W. W. Jacobs, publicado originalmente en septiembre del año de 1902. El sargento Morris viaja hacia la India para tomar posesión de la pata del mono, ya que su antiguo dueño había fallecido.9 jul. 2019
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La familia White, compuesta por el padre, madre y Herbert, su hijo ya adulto, viven de manera tranquila y cómoda en Laburnum Village, su hogar. Una noche reciben la visita del sargento mayor Morris, antiguo habitante del sector y gran amigo del Señor White en su infancia y juventud hasta que se unió al ejército y en sus filas acabó recorriendo el mundo.
Mientras los cuatro socializan y beben en el salón sale a colación el hecho que Morris ha estado en la India y esto hace recordar al Señor White que alguna vez le oyó mencionar estar en poder de una pata de mono muy particular. Incómodo con el tema, Morris les muestra una pata de mono disecada y explica que es lo que la gente podría llamar mágica ya que un faquir la hechizó y tiene el poder para conceder tres deseos a tres personas, pero su objetivo es demostrar que los hombres están regidos por el destino de forma que nadie puede oponerse a sus designios. Cuando la familia pregunta, el soldado reconoce que solo le queda poder para los deseos del último portador, ya que él fue el segundo poseedor y ha pedido sus tres deseos aunque su rostro demuestra que el recuerdo lo aterroriza; también explica que del primer dueño no sabe quien era o cuales fueron sus dos primeros deseos, pero que el tercero deseo fue morir y así es como él se hizo con su propiedad.
Morris confiesa que tras tanto tiempo aun la conserva no solo porque no ha podido venderla, también porque teme lo que le pueda hacer a su siguiente dueño, tras esto intenta quemarla en la chimenea, pero el Señor White se lo impide ya que desea comprarla, aunque Morris se rehúsa a cobrarle le dice que si la desea la use bajo su propio riesgo y pida cosas razonables ya que, le advierte, todos los deseos implican una consecuencia nefasta. White obliga a su amigo a aceptar algo de dinero aunque este incluso mientras se marcha le insiste en que la tire o nunca la use.
Tras marcharse Morris la familia habla sobre el tema, aunque ninguno se toma en serio al talismán, deciden pedir un deseo y tras discutirlo razonan que lo más sensato, ya que el Señor White está satisfecho con su vida y no necesita nada, es pedir saldar las doscientas libras de la hipoteca que hay sobre la casa. Al pedir el deseo el hombre se aterra ya que vio y sintió la pata moverse en su mano, pero su familia le resta importancia creyendo ser solo su imaginación, especialmente al ver que no se ha materializado mágicamente el dinero.
A la mañana siguiente Herbert se marcha a su trabajo y el matrimonio tiene un día sin novedad hasta que un hombre llega y les da una macabra noticia, Herbert ha fallecido en su trabajo, las maquinarias lo atraparon y destrozaron su cuerpo; para su horror también les explica que a modo de compensación la empresa les ha preparado una indemnización de doscientas libras.
Una semana después de sepultar a su hijo es evidente para el Señor White que la cordura de su esposa ha quedado trastocada en alguna medida. Una madrugada despierta y ella le comenta la idea de usar el segundo deseo para resucitar a Herbert, el hombre se niega a esto argumentado que el cuerpo ya se ha deteriorado tras diez días desde su fallecimiento, además que las máquinas lo dejaron en un estado irreconocible, aun así su esposa lo presiona hasta que pide que Herbert reviva, sin embargo nada pasó y con alivio creyó que el deseo no había surtido efecto. Algunas horas después, oyen a alguien golpear la puerta y la Señora White se dispone a recibir a Herbert, comprendiendo que ha tardado ya que el cementerio está a dos millas de la casa. Aterrado de tener que ver reanimados los despojos del cuerpo de su hijo, el Señor White busca la pata de mono antes que su esposa logre abrir la puerta y pide silenciosamente un tercer deseo.
La historia acaba cuando el Señor White oye a su esposa gritar en la puerta y tras correr hacia ella la descubre llorando desconsoladamente ya que no hay nadie en la entrada ni en el camino.