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En las relaciones de poder esquematizadas como una balanza, el maestro se encuentra en un extremo y los alumnos en el otro. Ambos ejercen poder, y no sólo el maestro, como la Pedagogía en su sentido ortodoxo supone. El poder del maestro es legítimo y se presenta como forma de control, subordinación, represión, etcétera. Pero no es feudo de él; si lo ejerce es porque sabe cómo hacerlo. En el caso de los alumnos, el poder es ilegítimo porque institucionalmente no les es conferido, y lo profesan en conjunto, de manera que un grupo unido representa un contrincante con poderío difícil de menguar.
De hecho, la fortaleza del maestro, como la del grupo de alumnos, reside en la habilidad para emplear los dispositivos de poder, también denominados estrategias o técnicas. A lo largo del texto se pudo percibir, a partir de los testimonios, escaso dominio de dispositivos disciplinarios en varias de las maestras, por lo que el desequilibrio de las relaciones de fuerzas fue notorio. Para Foucault (1984), los dispositivos o técnicas disciplinarias mediante los cuales un maestro ejerce poder son: el discurso, la vigilancia, la disciplina, el castigo y el examen;7 por ello, el poder está estrechamente vinculado al saber, y viceversa. El maestro ejerce poder porque sabe cómo utilizar esas estrategias, sin necesidad de recurrir a la tiranía. Sin imposiciones arbitrarias, se puede ganar respeto y cumplimiento, de allí que el poder también tenga sus efectos positivos, pues para que un grupo de alumnos atienda la clase, es indispensable un docente seguro de sí mismo, propiciador de orden y respeto.
No obstante, saber utilizar las técnicas de poder no es una tarea sencilla, al menos para quienes no disponen de esa seguridad y no poseen experiencia con grupos, especialmente con grupos conflictivos. Las estrategias de los maestros varían y se adaptan de acuerdo con sus estudiantes.
Los estudiantes también adaptan diferentes estrategias de acuerdo con el profesor y la materia que imparta. Ellos perciben la seguridad y la inseguridad de los profesores, y el dominio o no de los contenidos escolares. Sus estrategias8 varían, desde mostrase apáticos, ser cordiales con el profesor y valerse de su estatus, hasta ser agresivos y reírse y/o mofarse de sus maestros.
Como se observó, en las relaciones de poder intervienen muchos elementos, como el contexto institucional escolar, el hecho de ser escuela pública o privada en la que convergen diferentes tipos de alumnos con distintos intereses y expectativas, la personalidad y la formación del maestro, etcétera; ello muestra la complejidad de la enseñanza y la urgente necesidad de formarse bajo un paradigma diferente. Comúnmente el profesor debuta en la docencia sin la debida formación; aprende por ensayo y error, con sabores y sinsabores. La frustración puede aflorar al ver que la imagen idílica de la docencia con la que ingresó, no corresponde con la realidad.
Aunque no todos los profesores enfrentan esta situación, sí lo hacen muchos, lo cualamerita un cuidadoso análisis y búsqueda de alternativas para resistirla. Los cursos exógenos que devienen de la burocracia institucional no han coadyuvado en la formación docente; es necesario recurrir a otros enfoques analíticos de la vida en las aulas, propiciadores del trabajo colaborativo entre los profesores. El trabajo en equipo se debe visualizar como una magnífica posibilidad de cambio y mejora para todos; sentida, consensuada y requerida por todos. El profesorado es quien vive la realidad en las aulas, por lo tanto en conjunto puede buscar salidas provechosas, pero bajo el cobijo de la reflexión, la autorreflexión, la crítica y la autocrítica. En este sentido, quizás el paradigma de la complejidad sea una alternativa.