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Riqueza biológica y la domesticación de plantas
La ubicación geográfica y la diversidad ambiental en que se desarrollaron los pueblos de Mesoamérica permitieron la existencia de hasta 45 tipos de vegetación “que dio como resultado un 20 a 30 por ciento de endemismo de un total de 30 mil especies”, dice.
Aunque el maíz fue la especie más importante de los pueblos de Mesoamérica, uno de los resultados del trabajo manual fue la domesticación de plantas y creación de variedades adaptadas a la diversidad de las condiciones microambientales, tras observar su comportamiento o resistencia a la sequía o exceso de humedad, al frío o al calor excesivo, o bien para satisfacer preferencias de sabor, color u otros de índole alimenticio o simbólico.
La doctora Rojas Rabiela señala que el contacto milenario de las poblaciones de cazadores recolectores con la vegetación propició la domesticación de alrededor de 100 especies de plantas, el mayor conjunto de estas después de China.
Por citar un ejemplo, de acuerdo con la revista Arqueología Mexicana, la gran mayoría de las calabazas que se consumen en el mundo tiene su origen en especies del género Cucurbita, domesticada en México.
Conforme a los hallazgos de semillas de calabaza de 10 mil años de antigüedad en las cuevas de los Valles Centrales de Oaxaca, se estima que se trata de la primera planta domesticada en Mesoamérica.
Para Rojas Rabiela, el proceso de domesticación de plantas fue resultado importante en el proceso civilizatorio de Mesoamérica, cuyo sistema gravitó alrededor del maíz, pero que tuvo otras especies muy de cerca como los chilacayotes, calabaza, quelites, chiles, algodón, magueyes, tubérculos, frutales y plantas de ornato.
Herramientas y técnicas
Los campesinos de la Mesoamérica prehispánica hicieron uso de herramientas con notable destreza: bastones de madera endurecida al fuego, que se empleaba como medio forestal, podas y deshierbes; hachuelas para labrar la madera y cortar árboles compensaban una parte de la elevada acción laboral del cultivo sin animales.
A diferencia de civilizaciones como Mesopotamia, donde se inventó y utilizó la rueda para facilitar el transporte de grandes cargas, los pueblos de Mesoamérica hicieron uso de “máquinas simples”: palancas, cuñas, rampas o planos inclinados. En palabras de la investigadora Teresa Rojas Rabiela, la rueda se utilizó en juguetes, malacates y algunas estructuras de juegos, rituales, pero no en maquinaria rotativa.
“Lo mismo pasó con la fuerza del agua; tampoco se empleó para mover máquinas, lo cual representa un enigma porque muchos de estos desarrollos estuvieron ligados con la ganadería”, comenta la especialista en etnohistoria de la agricultura, del riego, de la organización laboral y de la tecnología mesoamericana.
Consecuencia de la actividad manual
Una de las consecuencias directas de la carencia del ganado en el sistema de agricultura de la región fue el trabajo humano en todas las tareas agrícolas, en la construcción y mantenimiento de las obras de irrigación: zanjas, canales, pantanos, por mencionar solo algunas.
La creación artificial de zonas húmedas como lagunas que se desaguaban para cultivar helechos, así como la construcción de terrazas y bancales para la conservación de la humedad, y la ampliación de la superficie del cultivo en este país montañoso fueron características de los pueblos de esta región cultural.
Entre otros resultados del trabajo manual, se encuentran los bajos rendimientos de las cosechas que escasamente fueron recompensados, aunque los habitantes aplicaban atención y gran cuidado a las tareas, el cultivo de plantas y a las obras de infraestructura.
“Contrario a lo que se pensó por mucho tiempo, sobre todo en las primeras décadas del siglo XX, hoy sabemos que la agricultura de Mesoamérica fue variada y muy alejada de aquella vieja visión de una única y universal agricultura de roza o milpa: itinerante, técnicamente uniforme, sencilla y con predominio del cultivo del maíz”, concluye la especialista.