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Desde antiguo los campesinos han observado cómo en lugares yermos llenos de barro nacían ranas, serpientes u otros animales. Ante este aparente milagro, es lógico que supusieran que el lodo poseía una fuerza misteriosa capaz de crear seres.
Este prodigio no era exclusivo del barro. En el Ramayana, un libro sagrado del hinduismo, se menciona el nacimiento espontáneo de insectos a partir del sudor y la basura. Y en China se creía que los pulgones nacían súbitamente de las plantaciones de bambú en las épocas cálidas y húmedas.
La idea de que en circunstancias adecuadas la vida puede originarse a partir de la materia inerte se conoce en términos científicos como generación espontánea. Se trata de una teoría, del todo errónea, que ha servido para explicar la naturaleza y el desarrollo de la vida desde los inicios de la civilización.
Un error incuestionable
Para los pensadores clásicos, la generación espontánea era una certeza indudable. Aristóteles afirmó que “todo ser viene de la vida, no solo a partir del emparejamiento de animales, sino también de la descomposición de la tierra y del estiércol”. Por ello, no descartaba que los humanos pudiéramos provenir de los excrementos. Algunos de los sabios más destacados de los siglos XVII y XVIII, como Descartes y Newton, continuaron dando por cierta esta noción científica.
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