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espero te sirva
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Primero:
A casi nadie le gusta emigrar. Quien abandona la tierra que nació y se acoge a otro país y a otra bandera, es porque ha perdido toda esperanza de poder prosperar en su nación de origen. En general, emigran las personas más emprendedoras. Las que sienten el “fuego del inmigrante” y desean mejorar de forma de vida. Si hay algo que atrae a los inmigrantes es un Estado de Derecho que garantice la movilidad social.
Segundo:
Centroamérica es una buena muestra de esta afirmación. Son millones las personas nativas de Honduras, El Salvador, Guatemala que han huido rumbo a Estados Unidos. Sin embargo, en ese éxodo apenas hay panameños y costarricenses, dos países del Tercer Mundo con un nivel medio de desarrollo. Tanto en Panamá como en Costa Rica, pese a los bolsones de pobreza, existe movilidad social y es posible abrirse paso.
Tercero:
No es verdad que los emigrantes van en busca del welfare. No conozco a nadie que haya abandonado su país sólo para recibir la ayuda de subsistencia que suelen proporcionar las naciones del Primer Mundo a las personas más desvalidas. Sin embargo, sí sé de algunos inmigrantes que se acostumbran a vivir muy pobremente con esos auxilios, lo que suele anular el ímpetu creativo con que llegaron al país e irrita a los ciudadanos que deben mantenerlos por medio de los impuestos que abonan. Es conveniente, también, estimular la solidaridad de la sociedad civil, antes que esperar la actuación del conjunto de la sociedad por medio de instituciones públicas.
Cuarto:
La tentación segregacionista no existe entre quienes migran a naciones abiertas e inclusivas. Tienden a agruparse en barriadas y a reunirse con personas afines, pero si tienen la posibilidad natural de aprender la lengua de acogida, la aprovecharán y comenzarán el proceso de asimilación. La tercera generación suele estar perfectamente integrada. El peor error es negarles a los inmigrantes el camino de la ciudadanía o el ejercicio de
ciertos oficios y profeciones
Quinto:
Es un error limitar las visas de inmigrantes a las supuestas necesidades del país y al desempeño de ciertas disciplinas. Eso presupone una economía estática sujeta a la idea de que unos burócratas pueden saber el tipo de inmigrantes que el país necesita. La economía de mercado es un espacio económico de tanteo y error. Los inmigrantes (quienes suelen abrir pequeños negocios en mayor proporción que la media norteamericana), necesitan experimentar en diversos campos hasta que dan con una actividad lucrativa. Toda limitación a esas
exploraciones es inconveniente.
Sexto:
No es cierto que los inmigrantes les quitan los trabajos a quienes ya radican en el país. Los inmigrantes crean más puestos de trabajo que los que utilizan. Y cuando el desempleo es alto, dejan de llegar y se regresan a sus países de origen o migran a donde pueden ser útiles y properar. La dolorosa decisión de emigrar requiere una previa y compleja información.
Tampoco es inteligente limitar la inmigración a los profesionales que aportan un gran capital humano. Por supuesto que un neurocirujano o un ingeniero nuclear puede aportar mucho más a la sociedad que lo recibe y son portadores de un capital humano muy valioso, pero un simple peón agrícola de 18 años experto en recoger tomates o sembrar lechugas desempeña unas tareas necesarias para la sociedad, exactamente como lo hace el extranjero que cuida los ancianos o los niños de la familia, liberando a ciertas personas para que puedan incorporarse al trabajo. Todo adulto que llega al país es portador de cierto valioso capital humano.
Séptimo:
Todas las naciones receptoras de inmigrantes están a la búsqueda de un buen sistema para integrar a los indocumentados recién llegados. Estados Unidos, sin proponérselo, forzado por las circunstancias, lo consiguió mediante la llamada “Nueva ley de inmigración” promulgada por el Congreso en 1966 durante la presidencia de Lyndon B. Johnson. Un año antes, en 1965, Fidel Castro provocó una oleada migratoria salvaje, invitando a los cubanos radicados en el sur de Florida a recoger a sus familiares en Cuba a través del puerto de Camarioca, en la provincia de
Matanzas, muy cerca de La Habana. Esta circunstancia facilitó que los recién llegados se integraran productivamente a Estados Unidos y se convirtieran en una de las oleadas migratorias más exitosas de la historia americana.