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3. La segunda revolución industrial y el nacimiento de la gran empresa
3.1 La segunda revolución industrial.
3.2 El ferrocarril, el barco a vapor y el telégrafo.
3.3 El nacimiento de la gran empresa.
En este apartado analizaremos el discurso sobre la tecnología y sus efectos en el sistema
económico, que hemos dejado detenido en la primera revolución industrial, aunque haciendo alguna
referencia a las novedades que se perfilaron en la segunda mitad del siglo XIX. Nos detendremos,
después en una de las principales implicaciones del nuevo régimen tecnológico como es el nacimiento de la gran empresa.
Tasa de crecimiento del PIB per cápita
1820-1875 1875-1913 1820-1875 1875-1913
Alemania 1,2 1,5 Finlandia 0,8 1,5
Australia 2,0 0,6 Francia 1,1 1,2
Austria 0,8 1,5 Holanda 1,1 0,9
Bélgica 1,4 1,0 Italia 0,6 1,3
Canadá 1,2 2,4 Noruega 0,7 1,2
Dinamarca 0,9 1,6 Gran Bretaña 1,3 1,0
Estados Unidos 1,3 1,9 Suecia 0,8 1,4
Media 1,1 1,7
Fuente: MADDISON (1986)
3.1 La segunda revolución industrial
La segunda revolución industrial comienza justamente en la segunda mitad del siglo XIX
(sobre todo a partir de la década de 1870) y continúa hasta mediados del siglo XX.
Esta segunda revolución industrial se manifiesta en:
• las nuevas técnicas de comunicación (el telégrafo, el teléfono y la radio),
• la aparición de nuevas fuentes de energía cuyo desarrollo se inició entonces perviviendo hasta
la actualidad, la electricidad y el petróleo (aplicados a la industria a través del motor eléctrico y
del motor de combustión interna1
) y
• la emergencia de los nuevos sectores líderes de la industria química y del acero, y la
automoción.
De todos los productos nuevos del siglo XIX ninguno fue más importante que el acero, que
reunía las ventajas del hierro y del hierro colado (plasticidad, elasticidad, dureza). El acero fue el
producto base de la industria pesada de los bienes instrumental es (máquinas-herramientas, buques,
raíles, armas, puentes, construcciones, etc.) y de numerosos bienes de consumo. Ya era importante,
en efecto, construir máquinas que pusieran remedio a las deficiencias de robustez y elasticidad del
hierro y, sobre todo, costasen menos. La producción de acero sólo disminuyó su coste desde 1880,
cuando pudo competir con el hierro dulce. El convertidor introducido en 1856 por Bessemer reducía
enormemente los costes de producción (la descarburación de 3 toneladas de arrabio2
se reduce de 24
horas a 10/20 minutos).