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En México se tienen graves problemas de deforestación y pérdida de ecosistemas vitales para muchas especies de plantas y animales. La importancia que tienen los ecosistemas naturales está en la riqueza de sus recursos y en los servicios ambientales que ofrecen (Cortina et al., 2007). Parte de esta riqueza nacional la conforman los manglares, esenciales en el desarrollo y el funcionamiento de las zonas costeras (Herrera et al., 2014).
Desgraciadamente, no se le ha dado el seguimiento adecuado a la conservación de estos bosques. México y Brasil presentaron las tasas más elevadas de deforestación en términos absolutos (FAO, 2005). Estos países se encuentran entre los que cuentan con las zonas más extensas de manglares.
Desde la década de 1980, una de las causas de alteración a gran escala en los manglares de Asia, el Caribe y América Latina ha sido por la acuicultura y la infraestructura turística (FAO, 2005). Este ensayo tiene como objetivo analizar la problemática asociada al impacto antropogénico en los manglares y las consecuencias en los bienes y servicios que proveen estos ecosistemas. Comenzaré por describir la importancia de los manglares en la línea de costa. Después mencionaré la perturbación causada en los manglares.
Los bosques de mangle son humedales constituidos por vegetación especialmente adaptadas a entornos de salinidad e inundación (Herrera et al., 2014), diversificando el espacio y ofreciendo arribo a un gran número de especies de macro-invertebrados (Félix et al., 2011). De esta manera, y para nuestro interés, son fuente y origen de las pesquerías en las ribereñas y de los recursos alimenticios, actúan como zonas de protección y/o amortiguamiento frente a tormentas y huracanes y, estabilizan la línea de costa evitando su erosión, entre otros (León et al., 2001).
Desafortunadamente, no se ha sabido apreciar y gestionar la importancia ecológica, social y económica de los manglares, al estar sometidos a una degradación sistemática y acelerada durante las últimas décadas (Del Alba y Reyes, 1998). Es cada vez más común que los mangles estén sujetos a grandes tensiones por causa del crecimiento acelerado de las actividades turísticas como el de las actividades de acuacultura industrial (Batllori y Febles, 2007). Por otro lado, parte de la pérdida de la flora también se debe a causas naturales. Por ejemplo, en septiembre del año pasado en la Reserva de la Biosfera de Dzilam en Yucatán, se incendiaron 500 hectáreas de vegetación según la Comisión Nacional Forestal (CONAFOR), viéndose amenazado el manglar. En Baja California Sur, tan solo en la porción sur de la Ensenada de La Paz, se ha perturbado aproximadamente el 10% de las casi 26,000 ha de manglar (Acosta-Velázquez et al. 2007), debido al desarrollo costero, que involucra el crecimiento urbano como la construcción de infraestructura turística (Mendoza et al. 1984). Esto ha impactado en la reducción u obstrucción del intercambio de agua entre los esteros y lagunas con el mar, teniendo afectaciones en la supervivencia de los manglares, al igual que la provocación de diferentes transformaciones ambientales (Llinas-Gutiérrez et al. 1982).
La gestión integral de los manglares juega un papel fundamental por sencillas razones; si los manglares están en buen estado, nos pueden proveer servicios de elevado valor, que van desde los elementos de seguridad alimentaria y recursos para un crecimiento económico favorable, un desarrollo turismo sustentable y sobre todo, la protección de la línea costera (PNUMA, 2015). Traduciéndose en el mediano plazo, en un manejo y aprovechamiento sustentable de los manglares.
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