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Desde siempre, la izquierda ha derrotado a la derecha en el manejo de la propaganda. Más aún: la manipulación de la realidad, las mentiras más burdas y absurdas de los que se autoproclaman progresistas, pese a defender las ideas más retrógradas, calan en la opinión pública gracias a sus muchos voceros.
También desde que dejó asomar su hocico en la política, Podemos ha acusado al PP y a Ciudadanos de fascistas, pese a ser los dos partidos que mejor defienden la Constitución, la ley; esto es, la democracia. Pablo Iglesias decía hace poco que para ser demócrata era imprescindible ser antifascista. Se equivoca el líder morado. Porque también hay que ser anticomunista.
Pedro Sánchez, como casi todo lo que hace, se ha apuntado a la teoría del partido morado sin querer admitir que está gobernando gracias al apoyo de los golpistas catalanes, de los proetarras y de los ultracomunistas. O lo que es lo mismo, se aloja en La Moncloa gracias a su alianza con los partidos que quieren destruir la democracia en España.
Pero la tesis ha calado. No saben, o no quieren saber los progresistas, que el fascismo y el comunismo son las dos ideologías más letales de la Historia, las más antidemocráticas, las más destructivas. Hitler y Stalin todavía compiten por ser calificados como los mayores asesinos de la Historia. En la antigua Unión Soviética, la que añora Pablo Iglesias, eran detenidos, torturados y asesinados todos aquellos que no comulgaban con el régimen. No hay demasiada diferencia entre los campos de concentración nazis y el gulag siberiano.
Todavía hoy, en Cuba, en Corea del Norte, en Nicaragua o en Venezuela, el comunismo persigue y elimina a los miembros de la oposición, mientras el pueblo se muere de hambre. Sin embargo, Pablo Iglesias y compañía presumen de levantar el puño, pero con la inestimable ayuda de Pedro Sánchez quieren prohibir la Fundación Francisco Franco, un grupito de nostálgicos que se dedica a coleccionar medallas y que nadie sabía que existía hasta que al presidente del Gobierno se le ocurrió exhumar al dictador.
No es baladí, sin embargo, la operación. Aparte del galimatías que ha organizado el presidente del Gobierno manoseando los restos de Franco, ha logrado que los cuatro gatos de extrema derecha que quedan en España salgan de sus guaridas. Últimamente, los domingos va más gente al Valle de los Caídos que al Bernabéu. Y, de paso, los muchos seguidores que tienen los progresistas en las televisiones, no dejan de hablar de Vox. Y es que saben, que el partido de Santiago Abascal puede lograr, ahora en Andalucía, dos, uno o ningún escaño, pero esos votos le quitan al PP media docena de diputados.
La propaganda, una vez más, sirve para que la izquierda deteriore electoralmente a la derecha y se alce, además, con el impostado trofeo de defender la democracia mejor que nadie. De ser un muro de contención para los fascistas del PP y Ciudadanos. ¿Y por qué Pablo Casado y Albert Rivera no hacen frente a esta patraña? ¿Por qué no explican que, puestos a prohibir, sería tan saludable para la democracia y la libertad meter en el mismo saco al fascismo y al comunismo? Seguramente, porque la brigada de los Ferreras y compañía se lanzarían a la yugular defendiendo las bondades del comunismo.
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