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En los anfibios y peces pulmonados, el oviducto es un tubo simple y ciliado, lleno de glándulas secretoras que producen el moco viscoso que rodea al óvulo. En todos los demás vertebrados, dependiendo del tipo de huevos producidos, usualmente hay un cierto grado de especialización del oviducto.
En los peces cartilaginosos, La hembra encierra el huevo en la porción media del tubo que se desarrolla en una cápsula de colágeno llamada glándula nidamental. La primera parte de esta glándula segrega la clara de huevo, mientras que la parte interna segrega una dura cápsula córnea que protege el huevo en desarrollo. Por debajo de la cáscara glandular se encuentra el ovisaco, una región distendida en la que se almacenan los óvulos antes de la colocación externa. En las especies de ovovivíparos, el huevo se mantiene dentro de la ovisaco hasta que sale del cascarón. Algunos peces cartilaginosos, sin embargo, son verdaderamente vivíparos, dando a luz a crías vivas, sin la producción de cáscara alrededor del huevo. En estas formas, los ovisacos nutren al embrión en desarrollo, a menudo con la ayuda de derivaciones vasculares similares a la placenta de los mamíferos, pero mucho más simples.
Los peces aletas radiadas más primitivos retienen la estructura simple del oviducto, aquella que también se encuentra en los peces pulmonados. Sin embargo, en los teleósteos, existen pliegues de peritoneo que encierran parte del ovario y la parte más superior del ovidcuto, fundiéndolos en una sola estructura. El ovario mismo es hueco y los huevos se derraman en esa cavidad central y, desde allí, pasan directamente hacia el oviducto. La naturaleza cerrada del sistema reproductor femenino en estos peces hace que sea imposible para los huevos escapar a la cavidad general del cuerpo, un proceso necesario en el desarrollo embrionario, dado que miles o incluso millones de huevos pueden ser liberados en un solo desove.