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Domingo de Pentecostés. Cincuenta días después de la Pascua. Jesús había prometido a los discípulos que no les dejaría solos, que cuando volviera al Padre, les enviaría el Espíritu. Hoy les ha sorprendido cumpliendo esa promesa. Y el Espíritu se hace notar. Cambia la tristeza en alegría, los recuerdos de dolor, fracaso y traición en perdón, abre las puertas que había cerrado el miedo, les hace entenderse por todos. Y pone en sus corazones el deseo imperioso de contar lo que habían visto y oído de Jesús. Y el compromiso de seguir haciendo lo que le habían visto hacer. Así, de aquel grupo de amedrantados e indecisos el Espíritu hace surgir una comunidad unida en el recuerdo y el seguimiento de Jesús, pese a sus diferencias de personalidad, de trayectorias vividas y de dones recibidos, una comunidad que evangelice a todos los pueblos y culturas, sin pretensiones ni exclusiones. No nace hoy una secta ni una organización más, nace la comunidad de Jesús, la Iglesia, la que debe continuar en el tiempo la misión amorosa del Resucitado.