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Pero, a la vez, quiso dejar claro que las posibilidades de la unificación alemana pasaban por un Ejército y por un Estado fuertes. Las grandes cuestiones advirtió en su discurso de 30 de septiembre de 1862- no se decidían con discursos y votaciones, sino "con sangre y hierro". Bismarck pretendía manos libres para sacar adelante su política pero la insistencia de la Cámara en el control presupuestario, le llevó a prescindir de la misma, interpretando que la Constitución daba atribuciones al monarca para aprobar el presupuesto contando sólo con la Cámara alta, y resolver así el conflicto constitucional planteado. Se trataba, en realidad, de una simple solución de fuerza, que provocó fuertes críticas en los sectores liberales, pero que no consiguió desviar a Bismarck de sus objetivos marcados.