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Quizá una de las conquistas históricas más relevantes en el salto a la modernidad de finales del siglo XVIII fue la desaparición de los privilegios formales que detentaban los denominados, precisamente, estamentos privilegiados: nobleza y clero. Hoy, en pleno siglo XXI, la institución eclesiástica se resiste a perder algunos de esos privilegios.
Ya en el siglo XV, los Reyes Católicos exigieron del papado la concesión del ´regio patronato´, por el que la monarquía se reservó el privilegio de presentar una terna para la designación de obispos en las sedes episcopales vacantes. En el siglo XVIII, por otra parte, el Concordato de 1753 entre Fernando VI y el Papa Benedito XIV mantenía el predominio de la monarquía sobre el papado en ese mismo tema. Sin embargo, esa posición predominante de la monarquía borbónica respecto de las atribuciones reservadas secularmente a la Iglesia va a verse equilibrada con la firma del Concordato con la Santa Sede de 1851.