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El indicador más claro sobre el volumen de ciudadanos romanos y latinos de la Hispania republicana se encuentra en la atención al número de ciudades privilegiadas. Hay una salvedad que hacer siempre: no toda la población libre domiciliada en el ámbito territorial de una colonia o municipio disfrutaba de los mismos derechos. Existían los que, siendo ciudadanos por otra ciudad, tenían derechos de residentes, los incolae. Lomas ha resaltado la necesidad de ampliar el sentido de ese término para referirse a otros contingentes de población local que quedaron incluidos en el territorio colonial pero marginados y poseyendo su estatuto anterior de peregrinos: éstos poseían las tierras marginales que les permitía la subsistencia, mientras que las tierras mejores fueron repartidas y asignadas a los colonos, quienes poseían además los plenos derechos ciudadanos. Y frente a esta situación, encontramos también la de grupos de ciudadanos romanos o latinos residentes en ciudades que tenían un estatuto peregrino: uno de estos conventus civium Romanorum sirvió de base para la primera organización de Corduba como colonia. En todo caso, el listado de colonias y de municipios es siempre un buen reflejo del grado de difusión de los derechos privilegiados en el ámbito local. El rango de los ciudadanos romanos de Hispania era muy diverso. Hasta fines del siglo II a.C., eran casi exclusivamente personas de rango decurional o bien pertenecientes a bajos estratos sociales. En las ciudades de mayor actividad comercial fue apareciendo una capa de ciudadanos que poseía grandes fortunas. Una pasaje del geógrafo griego Estrabón (III, 5, 3), escribiendo a comienzos del Imperio, dice lo siguiente: "Pues los gaditanos son los que envían los barcos de comercio más grandes y los más numerosos por el Mar Nuestro y por el mar de fuera de las Columnas, a pesar de que la isla que ellos habitan no es muy grande... Aun así, su número no parece ser inferior a ninguna de las ciudades con excepción de Roma. He oído que en uno de los censos recientes se contaron 500 gaditanos de censo ecuestre, lo que no hay en ninguna ciudad tampoco de Italia si se exceptúa a Patavium". Cádiz era municipio de derecho romano desde unos años antes, desde César. La referencia a los 500 gaditanos de censo ecuestre ya le llamaba la atención a Estrabón. La interpretación es dudosa si se entiende que había 500 personas del rango de los caballeros, equites, ya que éstos eran un ordo bien jerarquizado en esa época. Si se entiende en el sentido de que había 500 ciudadanos que tenían una fortuna superior a 400.000 sestercios, no hay obstáculo para aceptar la veracidad del testimonio que nos confirmaría a la vez las posibilidades de las ciudades portuarias para hacer fortuna. Una familia gaditana, la de los Balbos, bien estudiada por Rodríguez Neila, emigra a Roma y bajo la protección inicial de Pompeyo y, poco después, del propio César accede al rango senatorial. Un miembro de los Balbos -Balbo- es quien, como patrono de Cádiz, costea la construcción de una ciudad nueva para desahogar la presión demográfica de la antigua Cádiz. Y algunas otras de las grandes familias de hispanos que comienzan a manifestarse como importantes senadores en el siglo primero del Imperio (los Séneca, Lucano, la familia de Trajano y Adriano) descienden de antepasados emigrados de Italia. Así, algunos descendientes de aquellos inmigrantes italo-romanos de los siglos II-I a.C., mejorada su fortuna en Hispania, retornan a Italia para integrarse paulatinamente entre los sectores de los dos rangos superiores (senadores y caballeros).
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