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OBJETIVO
Fortalecer la identidad, el autorreconocimiento y la autoestima en todas las estudiantes para lograr una convivencia respetuosa y una identidad nacional a través del reconocimiento de la diversidad cultural, étnica y racial.
• El Ministerio de Cultura declaró el 2020 como el ‘Año del Centenario de Manuel Zapata Olivella’, con el objetivo de promover el legado de quien es considerado el representante más importante de la literatura afrocolombiana.
•Nació en Lorica, Córdoba, la evocación de sus raíces africanas y la trascendencia de su obra dentro de la cultura caribeña.
El buzo exclamaba con voz salitrosa y amarga
-Aquí en tierra, entre los hombres egoístas, soy miserable. Pero allá, bajo el mar, entre los peces que guardan mi tesoro, soy rico y poderoso.
Quienes lo escuchaban, ebrio y delirante, solían reír. Cada cual podía emborracharse y hablar tonterías. Tenía ojos de mojarra, grandes' y sanguinolentos. Era extraño oírle exclamar que solo le servían para mirar las profundidades submarinas. Su cuerpo rechoncho, abollonado, parecía una foca grasosa que un tifón ártico hubiera arrojado a la playa.
Vivía entre cascos desvencijados de balandros, astilleros de chalupa y ostras vacías. Transpiraba el mismo olor de la bahía de Cartagena, mezcla de algas asoleadas, sangre de sábalo y alquitrán envejecido. Su cubil era una especie de caramanchel construido con rotos timones de canoas, arboladuras desmanteladas y pedazos de escotillones calafateados con estopa. Sin embargo, permanecía más tiempo bajo el mar que a pleno sol remendando velas de goleta o bajo la enramada de mangles y palmas de coco. Contaba que, en puertos sureños, cuyos nombres había olvidado o no deseaba confesar, fue pescador de esponjas y que en el acantilado de una isla sin nombre descubrió un banco de madréporas y perlas. Hablaba de esas aventuras cuando buceaba caracoles y ostras en la bahía. Ni los zambullidores más expertos conseguían acompañarlo en todo el trayecto de sus inmersiones.
Al subir al muelle exclamó asombrado
El capitán del puerto reparó en sus ropas grasientas y le volvió la espalda indiferente. Tuvo hambre. Aún cuando no pose ~ a una sola moneda en su bolsillo, se sentía más rico que todos los armadores del mundo juntos: era dueño de un navío. Toda su vida deseó poseer una pequeña barca pesquera, sin que sus ahorros de marinero alcanzaran para comprarla.
El buzo de pantalón azul y franela a rayas, bajó las escaleras desilusionado. El gobernador había sido su última esperanza. Fue entonces cuando comenzó a hablar de los hombres egoístas y de los peces generosos. Buscó refugio allí, en la playa, cerca de su galeón sumergido. Mientras remendaba redes y velas no se sabía si añoraba las distantes islas del sur donde dejaría a su madre o si rememoraba sus incursiones en la bahía a diez o quince brazas bajo el mar. Apretaba sus dientes con los que cortaba los hilos de las atan·ayas.
El mar, más que los años, fueron carcomiendo su cuerpo. Igual ' Que los barcos al regresar a puerto, después de cada sumergida mostraba pequeñas averías que él mismo ignoraba. Sus pulmones, sometidos a fuertes presiones, perdieron elasticidad y llenos de aire -el aire que tanto añoraba bajo las aguas- se ahogaban sin poder renovarlo. A veces tosía obstinadamente y solo lograba calmarse cuando escupía espesos coágulos de sangre. El silencio de las profundidades le acompañaba permanentemente. Los tímpanos rotos apenas le dejaban escuchar sus voces interiores que le hablaban a gritos de su barco. Ya sus ojos, acostumbrados a la oscuridad submarina, no alcanzaban a mirar el sol. No podía remendar ni pegar parches en las velas desgarradas. Vivir fuera del mar se hacía cada vez más duro.
Espero que te sirva :)
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Fortalecer la identidad, el autorreconocimiento y la autoestima en todas las estudiantes para lograr una convivencia respetuosa y una identidad nacional a través del reconocimiento de la diversidad cultural, étnica y racial. El Ministerio de Cultura declaró el 2020 como el ‘Año del Centenario de Manuel Zapata Olivella’, con el objetivo de promover el legado de quien es considerado el representante más importante de la literatura afrocolombiana.
CADA 21 DE MAYO SE CONMEMORA EN COLOMBIA EL DÍA DE LA AFROCOLOMBIANIDAD, COMO UN TRIBUTO LA POBLACIÓN AFRODESCENDIENTE.
El buzo exclamaba con voz salitrosa y amarga
Tenía ojos de mojarra, grandes' y sanguinolentos. Era extraño oírle exclamar que solo le servían para mirar las profundidades submarinas. Su cuerpo rechoncho, abollonado, parecía una foca grasosa que un tifón ártico hubiera arrojado a la playa. Transpiraba el mismo olor de la bahía de Cartagena, mezcla de algas asoleadas, sangre de sábalo y alquitrán envejecido.
Hablaba de esas aventuras cuando buceaba caracoles y ostras en la bahía. Bien sabían que gustaba de exageraciones, pero cuando los botes pesqueros regresaban a la playa, era el suyo el que más caracoles traía, arrancados de lo más hondo del mar. Se había enraizado en la Playa del Arsenal como un ostión a la quilla de los barcos encallados. Se rumoraba que borracho, lo dejó su barco, un salitrero chileno.
Ese barco y otros muchos llegaban constantemente a Cartagena sin que él hiciera el menor intento de abordarlos. Todos, sin embargo, atribuían su locura a la primera zambullida que hizo en la bahía para sacudirse el marasmo que le produjo al verse en un puerto extraño sin pasaporte, sin equipaje y sin nombre. Algunos pescadores, inclinados sobre el muelle, tiraban sus curricanes. Lo último que se vio de él fue su desgrañada cabellera como un inmenso calamar negro que le persiguiera.
Tragó aire, su ancho cuello se abultó como macho carey en celo y volvió a perderse en las profundidades.
Al subir al muelle exclamó asombrado
El capitán del puerto reparó en sus ropas grasientas y le volvió la espalda indiferente. Y sorpresivamente, al zambullirse en un día de hastío, se encontró un barco. Por fin me contó al oído que ha descubierto en la bahía, bajo las aguas, ¡un barco antiguo o algo así!.
Buscó refugio allí, en la playa, cerca de su galeón sumergido. Mientras remendaba redes y velas no se sabía si añoraba las distantes islas del sur donde dejaría a su madre o si rememoraba sus incursiones en la bahía a diez o quince brazas bajo el mar. Cuando se alejaba de la playa para recorrer las callejuelas de la ciudad, resultaba un ser extravagante. Era el océano desbordado, metido en un puerto extraño.
El capitán yace al lado de la bitácora, parece que ·estuviera dormido. La cubierta está desguarnecida.
El mar, más que los años, fueron carcomiendo su cuerpo. Igual ' Que los barcos al regresar a puerto, después de cada sumergida mostraba pequeñas averías que él mismo ignoraba. Sus pulmones, sometidos a fuertes presiones, perdieron elasticidad y llenos de aire -el aire que tanto añoraba bajo las aguas- se ahogaban sin poder renovarlo. El silencio de las profundidades le acompañaba permanentemente.
Los tímpanos rotos apenas le dejaban escuchar sus voces interiores que le hablaban a gritos de su barco. Ya sus ojos, acostumbrados a la oscuridad submarina, no alcanzaban a mirar el sol. En la playa revoloteaban los chorlitos entre las algas húmedas. La sirena de un barco que se despedía resonó tres veces, hiriendo sus oídos, sordos a las palabras.
Se arrojó al agua, pero su cuerpo se hundió lentamente. Diez años atrás lo habría hecho veloz, audaz, arpón dirigido a las profundidades. Allí estaba su barco. Cientos de pececillos comenzaron a cruzar ante sus ojos -perlados, rojos, verdes rubíes y esmeraldas que emergían de las bodegas.