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Cuando se trata de efectuar un balance de una reforma constitucional se está intentando una valoración acerca de su eficacia para disciplinar la realidad política y social del país, en función de los objetivos que impulsaron a las modificaciones, esto es, lo que se llama su "fuerza normativa".
Esta reforma introdujo numerosas modificaciones en la Constitución de 1853/60, en materia de derechos, de distribución del poder, de justicia, de federalismo, por lo que no es posible una conclusión general que comprenda tan variados puntos. Sí puede analizarse lo ocurrido en el aspecto esencial que inspiró la enmienda: la atenuación del sistema presidencialista.
En este aspecto el resultado es decepcionante. El jefe de Gabinete de ministros, lejos de cumplir el rol que se le confió, no excedió el papel de un secretario del presidente, resultó inútil para ayudar a superar el derrumbe institucional de 2001 y, ahora, ni siquiera cumple regularmente con su obligación de informar al Congreso.
Fracasó el control parlamentario del ejercicio de facultades legislativas por el presidente, pues inexplicablemente no se constituyó la Comisión Bicameral encargada de esa tarea, por lo que el Poder Ejecutivo dicta decretos de necesidad y urgencia a su antojo, pese a la prohibición constitucional.
El Congreso declinó peligrosamente sus atribuciones, incumpliendo la revisión de la legislación delegada anterior a la reforma y sancionando nuevas normas de delegación que conceden enormes poderes al presidente.
La conclusión es que tenemos entonces un "superpresidencialismo" fuera de toda previsión constitucional, lo cual no es bueno para el resguardo de los derechos ni para la estabilidad de todo el sistema político.
La pretensión de vigencia de toda norma constitucional depende de la "voluntad" de quienes deben aplicarla, del interés genuino en respetar las normas fundamentales. Frente a tan groseros apartamientos, las afirmaciones de las autoridades políticas, en cuanto a la "calidad institucional" argentina, suenan a parodia.
La Constitución asegura los derechos y libertades y limita al poder, como decía Fray Mamerto Esquiú, la vida y conservación del pueblo argentino dependen de que su Constitución no ceda al empuje de los hombres, que sea un ancla pesadísima al que esté asida la nave de la República. De lo contrario se convertirá en una simple "hoja de papel", según sostenía Fernando Lassalle, que vale en la medida en que satisfaga al poder.
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La vida y conservación del pueblo argentino dependen de que su Constitución sea fija; que no ceda al empuje de los hombres; que sea una ancla pesadísima a que esté asida esta nave, que ha tropezado en todos los escollos, que se ha estrellado en todas las costas, y que todos los vientos y todas las corrientes la han lanzado. Los 23 años, 3 meses y 18 días perdidos con gobiernos de facto en el siglo XX son una consecuencia de olvidar esto.�