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Durante siglos, quizá el flagelo más temido fue la peste, a la que Daniel Defoe dedicó en el siglo XVIII el espeluznante Diario del año de la peste. Desaparecida momentáneamente la peste, el siglo XIX vivirá bajo el temor de antiguos azotes, como el tifus, la disentería, la tuberculosis y la sífilis, y enfermedades nuevas o hasta entonces benignas experimentarán súbitos despertares, como el cólera y la gripe. Desde Emma (1816) de Jane Austen hasta Tifus (1887) de Antón Chéjov, pasando por La mascarada de la Muerte Roja (1838) de Edgar Allan Poe, la prosa del siglo XIX abunda en representaciones de enfermedades infecciosas. A lo largo del siglo, estas representaciones se adaptarán al compás de la historia. Durante el romanticismo, la adopción del nuevo lenguaje médico del contagio como estratagema narrativa o métafora se añadirá a la vieja concepción bíblica de la plag