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La conjunción de los valores, ideologías y postulados que germinaron durante los movimientos sociales de las últimas décadas del siglo XVIII y el siglo XIX, dieron origen a una síntesis cultural que reveló una nueva faceta del hombre que moldea su destino desde la libertad y el compromiso; el llamado movimiento romántico.
Durante la primera mitad del siglo XVIII el racionalismo ilustrado había fundamentado el pensamiento científico en la razón y, basado el mundo en el orden universal, situación que se reflejaba en la forma inamovible de gobierno de las monarquías absolutistas donde los ciudadanos carecían de derechos y oportunidades; consecuentemente surgieron movimientos políticos y sociales que culminaron con la declaración de independencia de las 13 colonias norteamericanas el 4 de julio de 1776 y, la Revolución Francesa en julio de 1789; que postuló los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, colocando por primera vez en la historia al hombre en igualdad de derechos dentro de una sociedad sin formalismos preestablecidos. Consecuentemente la era del mecenazgo terminó y la relación del artista con la sociedad cambio de manera determinante, ahora debía generar una nueva estética dirigida a una clase social eminentemente burguesa. Esta situación lo colocó en una nueva plataforma social como empresario y gestor de su propia obra. Ante esta nueva alteridad que posicionó al hombre como un ser pensante, sensible, con voluntad propia, capaz de transformar su entorno, y crear su propio mundo; los parámetros del arte cambiaron de manera radical.
El romanticismo representó la reacción de la emoción contra la razón, de lo natural contra lo artificial; accedía al mundo de los sentimientos, de los sueños y los anhelos ocultos del subconsciente humano, logrando una verdadera síntesis cultural entre el pensamiento, los valores, sentimientos e impulsos que se vieron reflejados en el arte, que ahora se concebía como un objeto único e irrepetible, capaz de trascender hacia la eternidad.
Por primera vez se postulaba el valor del hombre con base en su talento, voluntad, convicción y compromiso con las causas justas; ya no por su origen noble o clase social; en este contexto surgió la figura del genio, un ser acontextual dotado de un talento sobrenatural, poseedor de una personalidad hipersensible, con talentos excepcionales, capaz de cambiar esquemas; artista innovador que vivía repudiando las formas sociales establecidas.
La literatura plasmo los ideales románticos, manifiestos en Cromwell, obra teatral escrita por Victor Hugo en París en 1827, que se convirtió en el prefacio del drama romántico. Algunos de los parámetros que convergen en al arte del romanticismo estuvieron relacionados con lo orgánico como parte de la naturaleza; la infancia, evocación a la verdad y la franqueza; lo dinámico como parte de la vida misma y lo intenso de las emociones, con el compromiso de vida que esto conlleva; por primera vez se manifestó lo irregular y obscuro, elemento de un subconsciente irracional.
Al romper los con cánones formales y los arquetipos inalterables de la razón, el romanticismo reveló las pasiones más profundas del hombre, creando una nueva estética hacia lo irregular y lo siniestro, desde un desarrollo dialectico que logró unir lo grotesco con lo sublime; el horror se manifestó por primera vez en las novelas "Frankestein" de Mary Shelley, "Drácula" de Bram Stoker, o "El cuervo" de Edgar Alan Poe; en la pintura negra de Francisco de Goya, "Saturno devorando a sus hijos"; la música presenta obras como la "Sinfonía Fantástica" de Héctor Berlioz, o el dramático lied "El rey de los gnomos" de Franz Schubert. Siendo la obra romántica por antonomasia "Fausto" de Johann W. Goethe, donde por amor bien vale vender el alma el diablo y perder la paz eterna.
El ideal romántico conlleva el compromiso social con las causas justas y la exaltación la de la libertad; consecuentemente, el nacionalismo es también un derivado del romanticismo; mostrado en la pintura "La libertad guiando al pueblo" del pintor Eugene Delacroix, o en la poesía de Lord Georg Byron.
El romanticismo perfiló al hombre como un ser melancólico, pasional, autentico, comprometido con un ideal político, humanista o social, al cual, aunque fuera irrealizable o incomprensible, le consagraba su existencia. El hombre se concibe con derecho a la libertad, la individualidad, la libre voluntad, y la capacidad de elegir su destino. Y desde esta perspectiva, de alguna manera, todos somos herederos del romanticismo.
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Una historia del legado del romanticismo acabaría por coincidir, en gran medida, con la historia global de la estética de los siglos XIX y XX », dice Paolo D'Angelo al final de la introducción de su libro La estética del romanticismo, segunda entrega de la serie Léxico de estética, que está publicando la colección «La balsa de la Medusa». En efecto, el episodio romántico no es un capítulo más en la historia de la estética, sino, antes bien, el gran acreedor del pensamiento artístico moderno, con el que nunca se acaban de saldar las cuentas. El interés por ese momento germinal de la filosofía del arte de la edad contemporánea, lejos de originar discursos críticos en su contra, ha dado pie a una curiosidad creciente que se ha hecho notar en los últimos diez o quince años de forma palmaria. Signo de ello en nuestro país es la diligencia con la que se han abordado estudios y traducciones de fuentes y de literatura secundaria del Romanticismo. Un trabajo reciente en el campo de la traducción de textos del idealismo es la versión de la Filosofía del arte de Schelling que ha preparado Virginia López-Domínguez, una nueva traducción de especial calidad que enriquece la ya amplia biblioteca de obras de Schelling en español. Al igual que Schiller, Schlegel, Schleiermacher, Hölderlin, Jean Paul y algún otro, como Creuzer y Carus, Schelling está entre los autores de la época idealista que, contra lo que podría preverse y pese a las dificultades que presenta traducirlos, tienen buena recepción en este fin de siglo.
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