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Por Raúl A. Alzogaray
La noche del 10 de julio de 1533 nacieron en la isla Española dos niñas juntas. Estaban pegadas a la altura del abdomen y parecían compartir un único ombligo. Su padre, José López Ballesteros, las llevó de inmediato a la iglesia. Cuando el cura las vio quedó desconcertado. ¿Eran una o dos personas? Por las dudas, bautizó a una y luego, dirigiéndose a la otra, murmuró: “Si no eres baptizada, yo te baptizo”. Las llamaron Joana y Melchiora.
Ocho días después, las dos murieron. El cirujano Joan Camacho las abrió y comprobó que tenían la cantidad de órganos correspondientes a dos personas. Hasta el ombligo, que por fuera parecía uno solo, se dividía interiormente “en dos caños” que se dirigían uno hacia cada niña.
La conclusión fue que eran dos seres humanos y por lo tanto había dos almas. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo presenció estos hechos y los describió para la posteridad en su Historia General y Natural de las Indias. “Se deben alegrar los que lo vieron –escribió Oviedo–, y los que aquesto leyeren, en quedar certificados que subieron dos ánimas al cielo a poblar aquellas sillas que perdió Lucifer y sus secuaces, pues dos niñas que juntas nacieron, recibieron el sacramento del bautismo conforme a la Iglesia.”
Esta anécdota, en la que se mezclan la religión y la medicina, proviene de un momento en que la historia americana sufría cambios trágicos. Había pasado menos de medio siglo desde la llegada de Colón y los españoles ya habían provocado la muerte de millones de indígenas y la destrucción de los dos imperios más grandes del continente. Mientras España imponía su religión, sus leyes y su ciencia en el territorio recién descubierto, condenaba e intentaba relegar al olvido las tradiciones y conocimientos de los pueblos originarios.
JUAN, EL PRIMER CIRUJANO