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Según las estimaciones más recientes de la Organización Internacional para las Migraciones -OIM- existen en el mundo alrededor de 214 millones de personas[1] que por diversos motivos han debido abandonar su país de origen para ingresar en otro territorio. Entre estos motivos están los fenómenos de la globalización, la pobreza, los desastres ambientales, los conflictos políticos y étnicos, que no sólo han impulsado este movimiento migratorio, sino que, en la medida en que se profundicen, correlativamente harán que siga incrementándose.
En sentido amplio, por migración se entiende el proceso de traslado de residencia desde un ámbito socioespacial, en el cual los seres humanos reproducen, producen e intercambian los elementos materiales y simbólicos necesarios para la satisfacción de sus necesidades e inquietudes vitales, a otro (Mármora, 2004:460; Bonilla, 2007:28). Los estudios distinguen varias fases en el complejo proceso migratorio. Usualmente se indica como primera la fase de emigración, que refiere a los contextos, motivaciones, condiciones y causas de la partida del lugar de origen. La fase de inmigración en cambio alude al proceso de arribo y de organización de la existencia en la sociedad de acogida[2]. Pero pueden reconocerse dos fases más: una tercera, que sucede a la de emigración, es denominada fase de tránsito, fase por demás difícil y riesgosa tal como lo muestran numerosos ejemplos cotidianos (Bonilla, 2009b) y una cuarta fase que corresponde al proceso de reconstrucción de los lazos con el lugar de origen. Esta es una etapa que puede superponerse o suceder a la de la inmigración.
El cambio de residencia que implica toda migración somete al sujeto y a los grupos que migran a una alteración de su entorno social, económico y cultural habitual. Ahora bien, si por un lado toda migración implica un cambio de residencia, no todo cambio de residencia implica una migración. La movilidad geográfica humana en general, que abarca cualquier otro tipo de movimiento hacia otro lugar ajeno al de origen, sea por razones de turismo, por negocios, para realizar tratamientos médicos o peregrinaciones religiosas, etc., no será tratada en este trabajo. A su vez, tomando en cuenta la distinción entre migraciones internas y externas, se ha optado sólo por las migraciones internacionales, es decir, aquellas que implican atravesar fronteras nacionales. Además, dado el carácter masivo contemporáneo de las migraciones de personas y de grupos en situación de extrema necesidad, que los vuelve particularmente pasibles de ser sometidos a prácticas de rechazo y exclusión por parte de las sociedades de acogida, los estudios contemporáneos, aun los filosóficos, se enfocan en la figura del “migrante pobre” cuya decisión de migrar no es mayormente voluntaria sino que ha sido compelido a realizarla, en tanto la subsistencia en su país de origen se ha vuelto inviable, ya sea por motivos socioeconómicos, políticos o culturales (Fornet-Betancourt, 2003b, 2004a)[3].
Desde esta óptica, migrar en las condiciones descriptas constituye un movimiento que arroja a los seres humanos a una situación de vulnerabilidad particular y extrema. Al atravesar fronteras nacionales, el migrante se enfrenta con prácticas y normas de ciudadanía que violan de diversos modos sus derechos políticos, económicos, sociales y culturales, muchas veces basadas en concepciones de la misma que excluyen al extranjero de la posibilidad de ingresar con plenos derechos en la denominada sociedad de acogida.
A diferencia de lo ocurrido en otras disciplinas científicas (historia, demografía, antropología, psicología, etc.) la producción filosófica moderna y contemporánea ha abordado escasamente la cuestión migratoria. Sin embargo, se registran diversos trabajos y pueden señalarse algunos enfoques originales, provenientes de corrientes de pensamiento tales como la fenomenología, la dialéctica, la ética discursiva, etc. (Bonilla, 2006a, 2007c). Desde el punto de vista epistemológico, que no será desarrollado en este trabajo, no puede dejar de mencionarse de todos modos la ya denunciada caducidad de los modelos meramente disciplinares para el estudio de las migraciones, y la correlativa necesidad de trabajos interdisciplinarios en los que la filosofía ocupe un lugar fundamental[4].