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Aníbal Barca (en fenicio, Hanni-baʾal, «quien goza del favor de Baal»123 y Barqa, «rayo».4; 247-183 a. C.) fue un general y estadista cartaginés. El historiador militar Theodore Ayrault Dodge le llamó «padre de la estrategia».5 Fue admirado incluso por sus enemigos —Cornelio Nepote le bautizó como «el más grande de los generales»—;6 de hecho, su mayor enemigo, Roma, adaptó ciertos elementos de sus tácticas militares a su propio acervo estratégico. Su legado militar le confirió una sólida reputación en el mundo moderno y ha sido considerado como un gran estratega por Arthur Wellesley, quien es un militar y el I duque de Wellington. Su vida ha sido objeto de muchas películas y documentales. Bernard Werber le rinde homenaje a través del personaje del «Libertador»,7 y de un artículo en la Enciclopedia del saber relativo y absoluto mencionada en su obra Le Souffle des dieux.8. Según todos estos comentarios de los historiadores, Aníbal era un excelente estratega como varios otros personajes: Alejandro Magno, Julio César o Napoleón Bonaparte.
Su vida transcurrió en el conflictivo período en el que Roma estableció su supremacía en la cuenca mediterránea, en perjuicio de otras potencias como la propia República cartaginesa, Macedonia, Siracusa y el Imperio seléucida. Fue el general más activo de la segunda guerra púnica, en la que llevó a cabo una de las hazañas militares más audaces de la Antigüedad: Aníbal y su ejército, en el que se incluían treinta y ocho elefantes de guerra, partieron de Hispania y atravesaron los Pirineos y los Alpes con el objetivo de conquistar el norte de Italia. Allí derrotó a los romanos en grandes batallas campales como la del río Trebia, la del lago Trasimeno o la de Cannas, que aún se estudia en academias militares en la actualidad. A pesar de su brillante movimiento, Aníbal no llegó a entrar en Roma. Existen diversas opiniones entre los historiadores que van desde carencias materiales de Aníbal en máquinas de asedio a consideraciones políticas que defienden que la intención de Aníbal no era tomar Roma, sino obligarla a rendirse.9 No obstante, Aníbal logró mantener un ejército en Italia durante más de una década, recibiendo escasos refuerzos. Tras la invasión de África por parte de Escipión el Africano, el Senado púnico lo llamó de vuelta a Cartago, donde fue finalmente derrotado por Escipión en la batalla de Zama.
Acabada la guerra contra Roma, entró en la vida pública cartaginesa. Se enfrentó a la oligarquía dirigente que lo acusó ante los romanos de estar en tratos con el seléucida Antíoco III el Grande, por lo que hubo de exiliarse en el año 195 a. C. Pasó al servicio de este último monarca, a cuyas órdenes se enfrentó de nuevo a la República romana en la batalla del Eurimedonte, donde fue derrotado. Una vez más huido, se refugió en la corte de Prusias I, rey de Bitinia. Los romanos exigieron al bitinio que entregara al cartaginés, a lo que el rey accedió. Sin embargo, antes de ser capturado, Aníbal prefirió suicidarse.
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