Realiza una apreciación analítica de las cartas de los soldados que estuvieron en plena primera guerra mundial
"urgente"
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Son las 11 de la mañana del día 11 del mes 11. Corre 1918. Los gritos de alegría a lo largo de miles de kilómetros de trinchera retumban más que cuatro años de obuses. Había acabado. Por fin. Esa Navidad sí estarían en casa (qué lejos quedaba la del 14). Todos, menos nueve millones. Atrás dejaban las ratas, los piojos, el barro, el frío, la sangre, la muerte... lo más parecido a un hogar que habían conocido en los últimos tiempos. Un hogar «miserable»; como «miserables» manifestaban sentirse muchos en sus cartas —con independencia del bando o país—. La guerra terminaba entre vítores, como comenzó. Pero ya nada era igual.
Sumario
Postal de un soldado alemán despidiéndose de su mujer. | Gerhard Seitz. Europeana CC-BY-SA 3.0
Alemania, Francia, Reino Unido... Mujeres, varones, aristócratas, burgueses y campesinos. Todos habían celebrado la contienda. Unos por patriotismo, honor; otros por poder, venganza... y los restantes, simplemente por dinero. La sociedad de la Belle Époque se embriagó hasta el hastío de esta guerra. Nadie imaginó resaca de tal calibre.
Quién le iba a decir al Káiser Guillermo II que el hambre azotaría Alemania; o a la sociedad francesa que sus taxis, los que años antes habían llevado a millones de turistas a la Exposición Universal, trasladarían soldados a la batalla del Marne para evitar que París cayera en manos de los 'boches' —como llamaban los de la trinchera de enfrente a los alemanes—. Nadie vio o quiso ver la profundidad del pozo en el que se adentraban.
Fue el 28 de junio cuando el asesinato del archiduque encendió la mecha; un mes después, soldados de toda Europa respondían a la llamada a filas de su patria. «En semanas estaremos en París», decían unos; «para Navidad ya habremos entrado en Berlín», se prometían los otros. Pero pasaron los días, las semanas, los meses, los años... y varios países tuvieron que bajar la edad de reclutamiento debido al ingente número de bajas. En el caso de Reino Unido, donde no había servicio militar obligatorio, hubo que tirar de voluntarios (con abrumadora respuesta) para finalmente acabar instaurándolo en el 16. La sociedad de ensueño de preguerra quedó sepultada en una trinchera.
*Querido Auguste: Aquí estamos en mitad del campo. La diferencia es que la tierra está removida por los obuses en vez de por el arado, y en las trincheras nos llega el agua a media pierna. Los boches tienen aún más que nosotros. La lluvia de los últimos días transforma el suelo en un fango líquido, nuestra impedimenta está llena de humedad y este invierno también vamos a ser unos desgraciados. Además, tenemos la moral baja y no cunde precisamente la alegría. Con tris...
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