• Asignatura: Derecho
  • Autor: ivaniabarron
  • hace 7 años

El relato sobre el pueblo de Uvilandia

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Respuesta dada por: cancimancemelokaren
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Respuesta:Había una vez...otro rey. Este era el monarca de un pequeño país: el principado de Uvilandia. Su reino estaba lleno de viñedos y todos sus súbditos se dedicaban a la fabricación de vino. Con la exportación a otros países, las 15.000 familias que habitaban Uvilandia ganaban suficiente dinero como para vivir bastante bien, pagar los impuestos y darse algunos lujos. Hacía ya varios años que el Rey estudiaba las finanzas del reino. El monarca era justo y comprensivo y no le gustaba la sensación de meterles la mano en los bolsillos a los habitantes de Uvilandia. Ponía gran énfasis en estudiar la posibilidad de rebajar los impuestos. Hasta que un día tuvo la gran idea.

El rey decidió abolir los impuestos. Como única contribución para solventar los gastos del Estado, el rey pediría a cada uno de sus súbditos que una vez por año, en la época en que se envasaban los vinos, se acercaran a los jardines del palacio con una jarra de un litro del mejor vino de su cosecha. Lo vaciarían en un gran tonel que se construiría para ese fin. De la venta de esos 15.000 litros de vino se obtendría el dinero necesario para el presupuesto de la corona, los gastos de salud y de educación del pueblo. La noticia fue desparramada por el reino en bandos y pegada en carteles en las principales calles de la ciudad. La alegría de la gente fue indescriptible. En todas las casas se alabo al rey y se cantaron canciones en su honor. En cada taberna se levantaron las copas y se brindo por la salud y la prolongada vida del buen rey. Y llego el día de la contribucion. Toda esa semana en los barrios y en los mercados, en las plazas y en las iglesias, los habitantes se recordaban y recomendaban unos a otros no faltar a la cita. La conciencia cívica era la justa retribución al gesto del soberano.

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EL BUEN REY DE UVILANDIA

EL BUEN REY DE UVILANDIA

Había una vez...otro rey. Este era el monarca de un pequeño país: el principado de Uvilandia. Su reino estaba lleno de viñedos y todos sus súbditos se dedicaban a la fabricación de vino. Con la exportación a otros países, las 15.000 familias que habitaban Uvilandia ganaban suficiente dinero como para vivir bastante bien, pagar los impuestos y darse algunos lujos. Hacía ya varios años que el Rey estudiaba las finanzas del reino. El monarca era justo y comprensivo y no le gustaba la sensación de meterles la mano en los bolsillos a los habitantes de Uvilandia. Ponía gran énfasis en estudiar la posibilidad de rebajar los impuestos. Hasta que un día tuvo la gran idea.

El rey decidió abolir los impuestos. Como única contribución para solventar los gastos del Estado, el rey pediría a cada uno de sus súbditos que una vez por año, en la época en que se envasaban los vinos, se acercaran a los jardines del palacio con una jarra de un litro del mejor vino de su cosecha. Lo vaciarían en un gran tonel que se construiría para ese fin. De la venta de esos 15.000 litros de vino se obtendría el dinero necesario para el presupuesto de la corona, los gastos de salud y de educación del pueblo. La noticia fue desparramada por el reino en bandos y pegada en carteles en las principales calles de la ciudad. La alegría de la gente fue indescriptible. En todas las casas se alabo al rey y se cantaron canciones en su honor. En cada taberna se levantaron las copas y se brindo por la salud y la prolongada vida del buen rey. Y llego el día de la contribucion. Toda esa semana en los barrios y en los mercados, en las plazas y en las iglesias, los habitantes se recordaban y recomendaban unos a otros no faltar a la cita. La conciencia cívica era la justa retribución al gesto del soberano.

Desde temprano, empezaron a llegar de todo el reino las familias enteras de los viñateros con su jarra, en la mano del jefe de la familia. Uno por uno subía la larga escalera hasta el tope del enorme tonel real, vaciaba su jarra y bajaba por otra escalera al pie de la cual, el tesorero del reino colocaba en la solapa de cada campesino, un escudo con el sello del rey. A media tarde, cuando el último de los campesinos vació su jarra, se supo que nadie había faltado. El enorme barril de 15.000 litros estaba lleno. Del primero al último de los súbditos habían pasado a tiempo por los jardines y vaciado sus jarras en el tonel. El rey estaba orgulloso y satisfecho; y al caer el sol, cuando el pueblo se reunió en la plaza frente al palacio, el monarca salió a su balcón aclamado por su gente. Todos estaban felices. En una hermosa copa de cristal, herencia de sus ancestros, el rey mando a buscar una muestra del vino recogido.

Con la copa en camino, el soberano les hablo y dijo: -Maravilloso pueblo de Uvilandia: tal como imagine, todos los habitantes del reino han estado hoy en la plaza. Quiero compartir con ustedes la alegría de la corona, por confirmar que la lealtad del pueblo con su rey es igual que la lealtad de su rey con el pueblo. Y no se me ocurre mejor homenaje que brindar por ustedes con la primera copa de este vino, que será sin dudas un néctar de dioses, la suma de las mejores uvas del reino, elaboradas por las mejores manos del reino y regadas con el mayor bien del reino, el amor de un pueblo- Todos lloraban y avivaban al rey. Uno de los sirvientes acerco la copa al rey y este la levanto para brindar por el pueblo que aplaudía eufórico... pero la sorpresa detuvo su mano en el aire, el rey noto al levantar el vaso que el liquido era transparente e incoloro; lentamente lo acerco a su nariz, y confirmo que no tenia olor ninguno. Catador como era, llevo la copa a su boca casi automáticamente y bebió un sorbo. El vino no tenia gusto a vino ¡ni a ninguna otra cosa! El rey mando a buscar una segunda copa del vino del tonel...y luego otra...y otra. Pero no hubo caso, todo era igual: inodoro, incoloro e insípido. Fueron llamados con urgencia los alquimistas del reino para analizar la composición del vino. La conclusión fue unánime: el tonel estaba lleno de agua, purísima agua y ciento por ciento agua.

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