• Asignatura: Arte
  • Autor: rimarenco1969
  • hace 7 años

Que significa el titulo arte y hielo. Cuentos sociales de Rubén Dario

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Respuesta dada por: PRINCE029
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Arte y hielo

Rubén Darío

Imagináosle en medio de su taller, el soberbio escultor, en aquella ciudad soberbia. Todo el mundo podía verle alto, flaco, angulo¬so, con su blusa amarilla a flores rojas, y su gorro ladeado, entre tantas blancas desnudeces, héroes de bronce, hieráticos gestos y misteriosas sonrisas de mármol. Junto a una máscara barbuda, un pie de ninfa o un seno de bacante, y frente a un medallón mo¬derno, la barriga de un Baco, o los ojos sin pupilas de una divi¬nidad olímpica.

Imagináosle orgulloso, vanidoso, febril, ¡pujante!

Imagináosle esclavo de sus nervios, víctima de su carne ardien¬te y de su ansiar profundo, padre de una bella y gallarda genera¬ción inmóvil que le rodeaba y le inspiraba, y pobre como una rata.

¡Imagináosle así!

Villanieve era un lugar hermoso –inútil, inútil, ¡no le bus¬quéis en el mapa!– donde las mujeres eran todas como diosas, erguidas, reales, avasallantes y también glaciales. Muy blancas, muy blancas, como cinceladas en témpanos, y con labios muy rojos que rara vez sonreían. Gustaban de las pedrerías y de los trajes opulentos; y cuando iban por la calle, al ver sus ademanes candentes, sus cabezas rectas y sus pompas, se diría el desfile de una procesión de emperatrices.

En Villanieve estaba el escultor, grande y digno de gloria; y estaba ahí, porque al hombre, como al hongo, no le pide Dios elección de patria. Y en Villanieve nadie sabía lo que era el taller del escultor, ¡aunque muchos le veían!

Un día el artista tuvo un momento de lucidez, y viendo que el pan le faltaba y que el taller estaba lleno de divinidades, envió a una de tantas a buscar pan a la calle.

Diana salió y, con ser casta diva, produjo un ¡ oh! de espanto en la ciudad.

¡Qué! ¿Y era posible que el desnudo fuese un culto especial del arte?

¡Qué! Y esa curva saliente de un brazo, y esa redondez del hombro y ese vientre ¿no son una profanación? Y luego:

–¡Dentro! ¡Dentro! ¡Al taller de donde ha salido!

Y Diana volvió al taller con las manos vacías.

El escultor se puso a meditar en su necesidad.

¡Buena idea! ¡Buena idea!, pensó.

Y corrió a una plaza pública donde concurrían las más lindas mujeres y los hombres mejor peinados, que conocen el último perfume de moda; y ciertos viejos gordos que parecen canónigos y ciertos viejos flacos que cuando andan parece que bailan un minué. Todos con los zapatos puntiagudos y brillantes y un mi¬rar de ¿qué se me da a mí? bastante inefable.

Llegóse al pedestal de una estatua y comenzó: –Señores: yo soy fulano de tal, escultor orgulloso, pero muy pobre. Tengo Venus desnudas o vestidas.

Os advertiré que yo amo el desnudo. Mis Apolos no os des¬agradarán, porque tienen una crin crespa y luminosa de leones sublimes y en las manos una crispatura que parece que hace gemir el instrumento mágico y divino. Mis Dianas son castas, aunque os pese. Además, sus caderas son blandas colinas por donde desciende Amor, y su aire, cinegético. Hay un Néstor de bronce y un Moisés tan augusto como el miguelangelino. Os haré Susanas bíblicas como Hebes mitológicas, y a Hércules con su maza y a Sansón con su mandíbula de asno. Curva o recta, la línea viril o femenina se destacará de mis figuras, y habrá en las venas de mis dioses blancos, icor, y en el metal moreno pondrá sangre mi cincel.

Para vosotras, mujeres queridas, haré sátiros y sirenas, que serán la joya de vuestros tocadores.

Y para vosotros, hombres pomposos, tengo bustos de guerre¬ros, torsos de discóbolos y amazonas desnudas que desjarretan panteras.

Tengo muchas cosas más; pero os advierto que también nece¬sito vivir. He dicho.

Era el día siguiente:

–Deseo –decía una emperatriz de las más pulcras, en su sa¬lón regio, a uno de sus adoradores, que le cubría las manos de besos–, deseo que vayáis a traerme algo de lo más digno de mí, al taller de ese escultor famoso.

Decíalo con una vocecita acariciante y prometedora y no había sino obedecer el mandato de la amada adorable. El caballero ga¬lante –que en esos momentos se enorgullecía de estrenar unos cuellos muy altos llegados por el último vapor– despidióse con una genuflexión y una frase inglesa. ¡Oh! ¡Admirable, así, así! Y saliendo a la calle se dirigió al taller.

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