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Explicación:El éxito de la obra de Kuhn ha contribuido a dirigir la atención de los historiadores de la ciencia hacia el nacimiento de nuevas concepciones, hacia la modificación de paradigmas y hacia las revoluciones científicas, descuidando en cambio el tema de las continuidades, del mantenimiento de antiguas ideas y de su permanencia dentro de los nuevos paradigmas. Sin negar el gran interés que tienen y lo extraordinariamente fructíferas que han sido las tesis de Kuhn y la polémica suscitada por las mismas, hay que reconocer que lo que sorprende a veces en la historia de la ciencia no es tanto el cambio y la renovación, sino precisamente lo contrario, la persistencia de viejas ideas, que con frecuencia se descubren en las nuevas concepciones bajo ropajes insospechados, pero sin que al examen atento puedan ocultar su parentesco o dependencia respecto a antiguas raíces.
La historia de las ciencias de la tierra está llena de estas continuidades, que a veces se prolongan sin interrupción desde la antigüedad clásica hasta tiempos muy avanzados de la edad moderna y que, en ocasiones, vuelven a descubrirse incluso en las nuevas interpretaciones científicas que se proponen a fines del siglo XVIII.
La tenaz supervivencia de viejas ideas solo puede entenderse si se las pone en relación con poderosas corrientes de pensamiento que a veces hunden sus raíces en la más remota antigüedad y que han sido luego alimentadas por movimientos científicos o filosóficos extraordinariamente ricos y complejos. Este es el caso del organicismo, esa interpretación! global de la estructura terrestre que parte de la analogía entre el hombre y el mundo concebido como un «organismo». El origen de esta analogía se encuentra en las relaciones de semejanza entre microcosmos y macrocosmos, difundidas en el mundo occidental por la filosofía platónica y neoplatónica y por las corrientes alquímico-herméticas, cuyos ecos han perdurado hasta bien entrado el siglo XVIII. Es en esas tradiciones, sobre todo, donde hay que buscar las raíces de una influyente concepción del mundo que, renovada con características diferentes en el siglo XIX, se prolongó hasta nuestros días, e impregna todavía el pensamiento de fuertes imágenes, llenando nuestro lenguaje cotidiano y científico de innumerables metáforas.
Con la filosofía neoplatónica y con la tradición alquímico-hermética está también relacionada la importancia atribuida al sol y al fuego en la generación de los fenómenos y en la constitución interna de la tierra, concepción que, en este último aspecto, alcanza su más acabada formulación en la obra del padre! Kircher y que influye en la ciencia española del siglo XVIII a través de múltiples y diversas vías. La acción del fuego subterráneo se convirtió en un elemento fundamental en la interpretación de la estructura interior de nuestro planeta, constituyendo un factor básico para la explicación de las causas de un cierto número de fenómenos terrestres. En particular, se convirtió en un elemento esencial para la interpretación del origen de terremotos y volcanes, combinándose con una vieja tradición aristotélica y estoica que atribuía la causa de los mismos a las exhalaciones o al viento interior. Estas interpretaciones fueron las dominantes durante la mayor parte de la edad moderna, hasta el nacimiento a mediados del setecientos de otras explicaciones relacionadas con lo que podríamos llamar el paradigma eléctrico, de gran prestigio a mediados de dicho siglo. El estudio de todas estas cuestiones constituye un interesante capítulo de la historia de las ciencias de la tierra, y de la historia del pensamiento científico español, y a él pretende contribuir el presente trabajo.