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El jarabe es sin duda uno de los géneros fundamentales de la música bailable mexicana, con una presencia protagónica en la cultura popular nacional, así en el ámbito rural como en el urbano, en festejos comunitarios, en foros y escenarios de diversa índole, en fiestas cívicas, en representaciones pictóricas, fotográficas y cinematográficas, etc. Es en el centro y en el occidente del país donde se encuentra el género de manera preponderante: en la Tierra Caliente de Michoacán, el jarabe, conocido como “El jarabe ranchero”, presenta una conformación musical, poética y coreográfica que le otorgan rasgos peculiares, por la variabilidad de sus melodías, por lo ingenioso de sus coplas y por lo vistoso de su baile. Como pasa con tantos otros términos en la música popular, el que designa al jarabe es hasta hoy de incierta etimología.
1. La condena de la Inquisición virreinal hizo que el jarabe fuera considerado
un baile nacional o patriótico prácticamente desde los albores independentistas:
“El jarabe era armonizado por el estrépito de la fusilería y los gritos de entusiasmo de las huestes insurgentes, y llegó a declararse composición insurgente y por tanto condenable” (Saldívar, 1989). Así se explica la referencia que Ramón López Velarde hace en su poema de tema patriótico, en el que"
El jarabe ranchero de la Tierra Caliente de Michoacán
de aires regionales de Jalisco. Esta música y su coreografía se popularizaron a principios del siglo XX, adaptándose los trajes de charro y de
china poblana. La más famosa de las versiones es el Jarabe tapatío; la más
auténtica, el Jarabe largo 2.
2. Aparentemente, se refiere a una versión del jarabe en la cual se sucedían
muchas melodías; acaso al “jarabe ranchero o jarabe de Jalisco” transmitido a Josefina Lavalle por Francisco Sánchez Flores, y que “consigna treinta partes” (Lavalle, 1988), según lo señala también Rubén M. Campos (1928). Resulta curioso constatar, al revisar la versión presentada por Lavalle, que prácticamente no hay coincidencia entre las partes del jarabe ranchero de Jalisco y el de Michoacán; en apariencia, se trata de dos versiones distintas del género del jarabe, aun cuando comparten el mismo nombre.
3. Que el sarao, “junta de personas de estimación y jerarquía” (Autoridades),
tuvo desde temprana época una asimilación popular en la Nueva España, parece mostrarlo el testimonio de Gemelli Carreri, “ilustre viajero […] que nos
visitó en el siglo XVII”; describe un baile para festejar a la esposa de don Felipe de Rivas, en el que “quattro mulate freccero un ballo, detto sarao, battendo i piedi con molta leggiadria”, un baile que el viajero, como lo hace notar Gabriel Saldívar, no relacionó “con ninguno de los bailes europeos” de la época, por lo que puede suponerse que era propio de estas tierras, y que su designación se desprendía del término que daba nombre al baile aristocrático (Saldívar, 1987).
4. Sobre el canario del siglo XVII y sus supervivencias, cf. Frenk, 2003, núms.
1521 B-D. En nuestros días, en la Tierra Caliente y sobre todo en los ranchos
de las faldas de la cuenca media del río Tepalcatepec, El canario es un son para
la llegada de los novios (pues la ceremonia religiosa suele celebrarse en poblaciones mayores), quienes van a caballo, acompañados por otros invitados, según información transmitida en sendas entrevistas por los violinistas Esteban
Ceja Cano y Ricardo Gutiérrez Villa. Conozco dos versiones de El canario que
me comunicó este último; la primera, de la región de Zicuirán (en el municipio
de La Huacana), constituye una pieza en sí misma (“es puro entre, nomás”); el
acompañamiento es “muy arrebatado” (vigoroso); la segunda, del valle de
Apatzingán, es el preludio para la ejecución de un son: “de ahí, le pegan a
otro son”.
5. Todavía bien entrado el siglo XX, el jarabe era folclórico en diversas
regiones del país, como lo indica Vicente T. Mendoza en 1956:
A todo lo largo del último siglo XIX y teniendo como puntos de difusión México y el Bajío, se extendió por todo el territorio nacional hasta
California y Centroamérica y en diversos rumbos se aclimató de tal modo
que llegó a construir modelos regionales aprovechando la música local;
por lo tanto está justificado el considerar el jarabe como música y baile
nacionales (Mendoza, 1984).