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La mayoría de los arcos reflejos que existen en el cuerpo humano tienen como objetivo prevenirnos o responder de forma rápida y efectiva ante situaciones potencialmente peligrosas. Por este motivo han sido y son tan necesarios para nuestra supervivencia: nos alertan cuando existe un riesgo de exposición a elementos tóxicos, a través de los receptores del olfato; o cuando estamos a punto de quemarnos, a través de los termorreceptores.
Con todo, algunos de los reflejos primarios que adquirimos al nacer terminan desapareciendo a medida que crecemos. Por ejemplo, el reflejo de succión, que permite al niño alimentarse y desaparece a los 4 meses; o el reflejo de moro, que facilita que el bebé cambie de postura y se proteja frente a sonidos estridentes, tan necesario cuando somos recién nacidos como prescindible a partir de los seis meses de vida.
En definitiva, existen distintos tipos de reflejos con diferentes funciones; algunos son necesarios desde el nacimiento y se vuelven prescindibles con el tiempo; y otros permanecen de por vida porque cumplen una función adaptativa esencial para la supervivencia y la conservación de la propia especie humana.