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El 17 de diciembre de 1830 partió Simón Bolívar, cuando aún no había cumplido los 47 años, casi la misma edad con la que muriera nuestro peta nacional César Vallejo Mendoza.
Al recordar este aciago acontecimiento de la historia, es bueno traer a la memoria algunos datos citados por quienes nunca fueron propiamente admiradores del Libertador, pero que se vieron obligados a reconocer un conjunto de hechos indiscutidos e indiscutibles. Veamos:
Con solo 47 años de edad, Bolívar peleó 472 batallas siendo derrotado solo en 6 ocasiones.
Participó en 79 grandes batallas, con el gran riesgo de morir en 25 de ellas.
Liberó 6 naciones, cabalgó 123 mil kilómetros, más de lo navegado por Colón y Vasco de Gama combinado.
Fue Jefe de Estado de 5 naciones.
Cabalgó con la antorcha de la libertad la distancia lineal de 6.500 kilómetros, esa distancia es aproximadamente media vuelta a la Tierra.
Recorrió 10 veces más que Aníbal, 3 veces más que Napoleón, y el doble de Alejandro Magno.
Sus ideas de Libertad fueron escritas en 92 proclamas y 2.632 cartas.
Lo más increíble es que muchas de ellas fueron dictadas de manera simultánea y en diferentes idiomas a distintos secretarios.
Y el ejército que comandó nunca conquistó un solo territorio. Sólo liberó pueblos y naciones.
Lo aquí recogido fue citado por la BBC de Londres y sirviera como argumento para que ella lo eligiera como el Americano más prominente del siglo XIX.
Pues bien. Cuando hablamos de las rutas del Libertador podemos aludir a dos significados paralelos: a los caminos físicos y geográficos recorridos en vida por Simón Bolívar; y al itinerario de su pensamiento, que le permitió perfilar objetivos y propósitos de lucha que macaron su historia y sellaron el destino de los pueblos de nuestro continente.
Podemos reseñar las dos vertientes del proceso que nos ocupa.
Bien podemos recordar que fue el 5 de julio de 1811, cuando Simón Bolívar proclamó la Independencia de su Patria, Venezuela, iniciando la gesta continental que cerraría en Ayacucho, en 1824; y que entregara a la humanidad una epopeya liberadora que marcó el proceso de descolonización que solo cerraría su vigencia en el mundo 150 años más tarde, en 1945, después de la II Guerra Mundial.
Entre 1811 y 1830 –el año de su muerte- el Libertador recorrió gran parte de América, pero estuvo también en España, los Estados Unidos e Inglaterra. En todas partes anduvo imbuido por un solo propósito: fortalecer y desarrollar la lucha por la Independencia de América, que juzgó desde un inicio como una sola Patria.
El 27 de noviembre de 1812, desde Cartagena de Indias se dirigió al Congreso de Nueva Granada demandando la unidad más férrea y la lucha más firme contra el Poder Opresor de la Monarquía Ibérica. En esa circunstancia condenó sin tapujos “la estúpida indulgencia (de sus compatriotas) para con los ingratos y pérfidos españoles, siempre sorprendidos en atentados y subversiones intestinas, y siempre impunes en sus atroces delitos”.
Esa fue la tónica de sus escritos y proclamas desde un inicio de la lucha emancipadora, y se recogió también en la célebre Carta escrita en Jamaica el 6 de septiembre de 1815, uno de los documentos más trascendentes de la historia americana.
Bajo la idea de procesar la respuesta de un americano meridional a un caballero de esta isla, Kinston; el Libertador diseñó una verdadera radiografía política del continente y un conjunto de ideas centrales que marcaron el itinerario de sus luchas.
“Los Estados son esclavos por la naturaleza de su constitución o por el abuso de ella” -dijo textualmente- Luego un pueblo es esclavo cuando el gobierno, por su esencia o por sus vicios, huella y usurpa los derechos del ciudadano o súbdito”.
Bolívar fue plenamente consciente de la difícil tarea que había emprendido; lograr la libertad de los pueblos de América. Por eso, recordando a Montesquieu, sostuvo: “es más difícil sacar un pueblo de la servidumbre, que subyugar uno libre”.
En esta histórica Carta de Jamaica, Bolívar recorre uno a uno los países de la región. Y se detiene en el nuestro: “El Perú encierra dos elementos enemigos de todo régimen justo y liberal: oro y esclavos. El primero, lo corrompe todo; el segundo, esta corrompido por sí mismo. El alma de un siervo rara vez alcanza a apreciar la sana libertad; se enfurece en los tumultos, o se humilla en las cadenas. Aunque estas reglas serían aplicables a toda la América, creo que con más justicia, las merece Lima”
a la España Colonial, pero nuestra aristocracia criolla nos ató con fiereza a otro yugo, el que nos hace dependientes del imperio Norteamericano.
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