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No por la cantidad de muertes provocadas bajo el mando de un sólo hombre: Stalin y Mao asesinaron a muchísimos más. No por ser un genocidio: por desgracias ha habido muchos. No por el porcentaje de asesinados de un pueblo: si no lo supera, Pol Pot se acercó mucho en ese macabro conteo. No por la brutalidad, suponiendo que sea posible medir y comparar el grado de inhumanidad que hubo en Auswitch, Ruanda o Armenia
Quizá si contamos la cantidad, el que sea genocidio –y no únicamente asesinato- y el porcentaje de personas asesinadas bajo el mando de una sola persona, sí que podría ser único. Pero no creo que la triste singularidad del Holocausto tenga que ver tanto con las cifras que con la realidad de la singularidad del pueblo judío.
Según Erns Nolte, en su controvertido libro La Guerra Civil Europea, lo que Hitler más odiaba no era al pueblo judío si no al comunismo; pero identificaba a este como un producto del pensamiento judío. Sin lugar a dudas, el comunismo había tenido muchos teóricos judíos y muchos más miembros activos. Además de Marx, Trotsky, Rosa Luxemburgo o Eduard Bernstein entre los grandes pensadores, lo cierto es que en la Rusia precomunista, casi el cincuenta por ciento de los miembros de los partidos revolucionarios eran judíos, aunque esta población no llegaba al 5% de la población total rusa; o por ejemplo, en el partido socialista austriaco, prácticamente el cien por cien de los líderes eran judíos –aunque muchos se habían convertido de niños al cristianismo-. Así, según la tesis de Nolte, Hitler, al acabar con los judíos, acababa con dos pájaros de un tiro, por no hablar de los grandes capitalistas que, según el genocida, estaban ahogando a Alemania.
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