En el libro ceremonia secreta hacia donde se dirige leonides sobre que reflexiona y adónde va finalmente
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Ceremonia secreta de Marco Denevi, obtuvo un significativo premio otorgado por Revista Life en 1960 y pasó a constituirse en una de las más destacadas obras del relato corto hispanoamericano contemporáneo. Fue llevada al cine en 1968 por el director inglés Joseph Losey en una versión más próxima al género policial que desvía, pero sigue una línea directa hacia un proceso de “descubrimiento” de identidades, aunque no logra lo que la narración acierta a desarrollar.
Iniciar una novela con un cuadro hasta cierto punto grotesco, y una demencial actitud reiterativa de santificación al mundo, requiere fijar dos puntos de enlace aparentemente excluidos entre sí: uno, el de la figura que moviliza continuamente extrañas situaciones de santificación o exorcización mañanera a diversos personajes en un barrio de Buenos Aires y otro, el articulado orden que tiene la visión de una religiosidad obsesiva, pero no menos certera, que induce a activar el movimiento interno de las conciencias que forman parte del relato. La resolución de una serie enigmática de “secretos” insertos en la trama narrativa, ritos iniciáticos, intentos de asesinato, robos, violaciones, venganzas, forman parte de una trama sutilmente mostrada a través de la que podríamos calificar como “seria” comedia grotesca. La novela de Marco Denevi se estructura sobre la base de variados niveles superpuestos, animados por agentes o entidades ocultos o presentes, que concurren desde planos alternados de realidad en la realización de uno de los actos ceremoniales más lúcidos de la creación deneviana.
La gestora de la perspectiva “religiosa”, Leonides Arrufat asume un grotesco protagonismo al representar una visión de mundo que impugna insistentemente ciertas formas de existencia mundana percibidas en su diario deambular por la ciudad. Motivada por una oscura situación de soledad, su perspectiva orientada a la salvación o condena de conciencias, definen la imagen de una identidad prejuiciada que abrirá caminos a ese extraño espíritu signado por el destino. La notoria evidencia que define los difusos límites de su cordura, favorece la sorprendente forma que provoca el vínculo con Cecilia Engelhardt. La escena iterativa que introduce la novela, reproduce la habitual actitud de la protagonista e insinúa el inusitado desvarío vital de su destino, forma extrema de consagración o castigo sobre el mundo en provecho de la restauración de un bien perdido. La enajenada dama, asume desde la estrecha proyección vital que la define, un rol de alcances trascendentes en la comprensión última del sentido que propone la novela. Al desconocer, sin embargo, el verdadero fin de sus actos, un insólito encuentro mañanero cambiará el curso de su vida y la visión, no sabemos si definitivamente esclarecedora de su soledad.
Nuestro propósito es apreciar otro orden de relaciones de lo que en un estudio anterior vislumbramos como posible novela de estructura policial, siendo al enigma, [1] el articulador del proceso interno de las situaciones del mundo.
La relación que establece Jolles [2] con la forma simple “enigma”, nos pareció una de las matrices que estructuraban esta obra como próxima al relato policial. Aun cuando el citado ensayo, explica la estructura de relatos que tienden a descifrar claves para el descubrimiento de misterios, enfrentamos alusiones a niveles de realidad de mayor trascendencia que nos interesa comentar en el presente artículo.
La temprana mención a un “pacto”, “oculto” en la conciencia de Cecilia, en momentos que asedia a Leonides en un tranvía, comienza a cumplirse como promesa realizada y propone un antecedente que a la vez nos insinúa la razón del sorpresivo vínculo -lo entenderemos secreto o desconocido- entre ambos personajes. La naturaleza de éste, sustantivamente nos sitúa ante un tipo no explicitado de relación que se proyecta a ciertos arcanos de la religión y a promesas hechas entre la Divinidad y el hombre. Como asunción de la perspectiva religiosa o más bien esotérica que domina la novela, estas veladas referencias, salidas de expresiones de espontánea apariencia, dan pie a enmarcar la estructura de mundo de Ceremonia secreta dentro de estos parámetros.
Las escenas iniciales del relato, narradas en términos que suscitan interrogantes no fáciles de discernir entre dos desconocidas, denotan el tono irónico del discurso que parcialmente explica la descalificada percepción de la realidad de las protagonistas. Un margen de dudas se cierne al tenor de palabras indirectamente referidas por el narrador, en un gesto de compromiso, en apariencia relativo, con el actuar de los personajes.
“La muchacha lloraba. Lloraba silenciosamente, sin un gesto sin un movimiento. Lloraba con las manos en los bolsillos. Encogida en su asiento, lloraba. Lloraba y miraba a la señorita Leonides. Miraba a la señorita Leonides y amargamente le reprochaba no cumplir con el pacto.