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Quienes vivimos en sociedades industrializadas empleamos mucho tiempo en trabajar, en desplazarnos y en comprar; a pesar de ello, buscamos constantemente las ocasiones para hablar de nuestras vidas con otras personas, para contarnos experiencias en forma de secuencias narrativas. Si no lo hacemos, enfermamos de soledad, porque necesitamos contar y que nos cuenten historias. Esta necesidad tan acuciante, que se nos impone de manera imperiosa, es posible que tenga que ver con aspectos fundamentales de nuestra vida: el filósofo J. R. Searle ha explicado cómo el trasfondo se constituye, en parte, a través de la narración. El trasfondo, o Background, es un conjunto de creencias, capacidades, presuposiciones, habilidades, hábitos y saberes de tipo preintencional que permiten al individuo vivir (Searle, 2001, pp. 99–101); el habitus de Pierre Bourdieu es, en gran medida, un concepto coincidente (Bourdieu 1991 y 1998). El trasfondo no es propiamente un sistema de reglas aprendidas, sino de habilidades equivalentes, en cuya formación intervienen, además de la predisposición innata, acontecimientos estructurados de acuerdo con formas narrativas (Searle, 1997, pp. 141–157). Las novelas y, en mayor medida, el cine y la televisión se han convertido en los principales encargados, actualmente, de contarnos historias, si bien está claro que, como todos sabemos, presentan el problema de que no admiten la reciprocidad.