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Se podrá objetar numerosas decisiones de los llamados Gobiernos progresistas de América Latina, pero sería un error dejar de reconocer las palpables reducciones en la incidencia de la pobreza, los estímulos al mercado
interno, los ajustes salariales y la mejora en el acceso a bienes públicos que
habían sido mermados por las políticas neoliberales.
n Pero también es cierto también que la coyuntura favorable no se aprovechó para sentar las bases hacia la transformación de la matriz productiva,
más bien se ha afianzado la primarización de las economías latinoamericanas, incluyendo el aumento de los conflictos socio-ambientales en los
territorios sujetos a la presión extractivista.
n El momento actual es oportuno para reflexionar, con un pleno sentido
autocrítico, sobre los aciertos, errores y desafíos del heterogéneo campo
progresista, y sobre esa base redefinir e impulsar un proyecto de transformación social-ecológica. Pero ese impulso nunca vendrá por generación
espontánea, ni mucho menos por la buena voluntad de grupos poderosos.
Sólo puede ser el resultado de una plataforma popular heterogénea que,
con capacidad de planteamiento, organización y acción política, articule
fuerzas para forjar acuerdos sociales inéditos en Latinoamérica.
n Esa es la tarea de la política, y que mejor que hacerla en democracia, en
una democracia que supere las falencias de lo meramente electoral y las
falacias de la representación sin participación, pero también que supere
las trampas de la participación convertida en tutelaje clientelar.
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