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Resumen
La acción dramática discurre en una residencia de estudiantes ciegos o invidentes. Son sobre cien muchachos y muchachas que comienzan un nuevo curso escolar. Llega un nuevo alumno, Ignacio, parece que algo retraído y poco sociable. Don Pablo, ciego él mismo, es el director del internado; acoge al nuevo con amabilidad. El ambiente en la residencia es de tranquilidad, optimismo y alegre camaradería. Todos ellos hacen vida sin bastón porque conocen bien la residencia y porque tratan de llevar una vida normal, parecida a los videntes. Carlos es el residente más aplomado y juicioso. Es novio de Juana, una chica compasiva y de buen corazón, que solo busca la felicidad de los demás. Miguel, el gracioso del grupo, gasta bromas sin parar y es novio de Elisa. Ignacio comparte cuarto con Miguel, justamente porque este es divertido y alegre y don Pablo y su mujer, vidente, doña Pepita, esperan que sirva de revulsivo para el chico y lo anime.
Ignacio no participa en los juegos deportivos, es retraído, algo desaliñado en su vestir y de vida solitaria. Muestra una visión sombría de la vida. No poder ver le amarga la existencia porque se ve limitado e incapaz de hacer y gozar de una vida normal. Le molesta que se rían de él, que se apiaden de él y, sobre todo, que sus compañeros de residencia se consideren normales. Al final del acto I pretende abandonar la residencia, pero Juana lo convence para que quede, estudie y pueda llevar una vida normal.
Él insiste en sus ideas de que su vida es muy limitada y frustrante, aunque se empeñen en creer otra cosa. Al final del acto II, es Juana quien le pide que se vaya, pero él reacciona declarándole su amor y besándola apasionadamente. Varias chicas se sienten atraídas por él y lo buscan para gozar de su compañía. Miguel descuida su relación con Elisa, influido por las ideas pesimistas y amargas de Ignacio. Elisa se siente desdichada por ello.
En el acto III Carlos le pide a Ignacio que abandone la residencia porque su influencia negativa afecta a todos ellos. Ahora, visten descuidadamente y su participación en los deportes es descuidada y torpe. Carlos amenaza a Ignacio con graves consecuencias si no se va, pero este le recuerda que no lo hace porque está enamorado de Juana, pues el amor lo ha redimido. Incluso se siente algo optimista y decidido a luchar por su felicidad con Juana. Don Pablo doña Pepita le piden a Carlos que le insinúe a Ignacio que lo mejor para todos es que se vaya, cuando este ya lo había hecho. Tras esta discusión, Ignacio sale a tomar el fresco.
Carlos sale a acompañarlo, pero con aviesas intenciones. Doña Pepita ve por la ventana cómo Carlos sube el cuerpo muerto de Ignacio por las escaleras del tobogán; una vez en lo alto de la torreta, lo precipita al suelo. Todos salen corriendo ante los gritos y comprueban horrorizados que Ignacio está muerto. Miguel dice que intentaba practicar de noche los deportes en los que era muy torpe; los demás lo creen; Elisa se acerca a él y se reconcilian; pasa a ser la versión oficial, que don Pablo transmitirá a las autoridades y al padre. Doña Pepita, en la escena final, le dice que tal vez pudo ver por la ventana lo que pasó; le ofrece consuelo al chico; pero Carlos se niega en redondo a admitir tal hipótesis y menos sentirse asesino, pues eso no ocurrió. Descamisado, violento y descompuesto, se dirige a la ventana. En su intervención final, a modo de soliloquio, Carlos repite unas palabras de Ignacio en su conversación previa: “…Y ahora están brillando las estrellas con todo su esplendor, y los videntes gozan de su presencia maravillosa. Esos mundos lejanísimos están ahí, tras los cristales… (Sus manos, como las alas de un pájaro herido, tiemblan y repiquetean contra la cárcel misteriosa del cristal.) ¡Al alcance de nuestra vista!… si la tuviéramos…
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